BCCCAP00000000000000000000393
esperanza. M.ientras la cosa se mantuvo en esa zona media entre el temor de lo irremediable y la PYnPr-t,,r,rm de una mejoría, el naturalísimo instinto de conservación se agita– ba frecuentemente en ella, pidiendo misericordia y piedad para aquella vida de veintiún años, que parecía tener el mejor derecho a no quedar tronchada. Pero todo cambió cuando un día supo de lleno la verdad. Fue el P. Fidel quien se encargó de hablarle, con emo– ción y pena bien visibles : - Josefina: tú has querido ser siempre una mujercita animosa; te atrajo no pocas veces la vocación al heroísmo; más aún, en estos dos últimos años has procurado de veras entregarte a Dios, amarle con toda tu alma, abandonarte a su querer..., y has llegado hasta a ofrecerte generosamente como pequeña víctima... Pues bien, Josefina : ha llegado la hora. Ha llegado la gran oportunidad de probar al Se– ñor que todo eso que le has dicho y ofrecido estaba dicho y ofrecido muy en serio. Parece que El te quiere llevar... J osefrna : sé una vez más generosa, más generosa que nun– ca, y entrégale de corazón tu vida, tu juventud, tus ilusio– nes, tus proyectos y esperanzas de hacer grandes cosas en el mundo... La enferma, que escuchaba muy silenciosamente, con los ojos vueltos y fijos en la imagen del Sagrado Corazón, se ladeó suavemente hacia la pared, y suavemente hundió la mitad de su rostro en la blanquísima almohada. Fueron unos segundos de expectación: cuando poco a poco volvió a la posición de antes, estaba muy pálida, pero hermosa; abrió los ojos, en los que había lágrimas; y muy quedamen– te, aunque con decisión, fue dando su respuesta: - Señor: lo que Tú quieras y dispongas... No me vuel– vo atrás en nada de cuanto te he dicho... Quiero amarte hasta el fin... Pero ayúdame: ¡ya ves qué débil soy ! El sacrificio estaba hecho. Sólo faltaba la consumación. Josefina miró al P. Fidel: «Padre, no se olvide de ofrecerme todos los días en la santa misa: quiero unirme a Jesús, y que mis pobres dolores sean presentados con su inmolación al Padre Celestial». Se acordó luego de su pobre madre: «¿Ya sabe ma– má que no hay esperanza de curación? Consuélela mucho, Padre, porque va a sufrir demasiado... Y usted, ¿no siente algo que se muera tan pronto Josefina?» 594
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz