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taha muy lejos de haber hecho de la comodidad y el dis– frute el ideal de su existencia. En cierta ocasión, obligada por su director espiritual, y venciendo una gran repugnancia, tuvo que dar por escrito una relación de su «modo de vivir»... Difícilmente se encontrará algo más hermoso. La distribución de cada jornada comprendía: oración mental, santa misa y comunión, lecturas espirituales, rosa– rio, visita al Santísimo, exámenes de conciencia... Sin em– bargo, sacaba tiempo para ayudar a su mamá en todo lo de la casa, atender a sus amigas, y cooperar en las di– versas obras de su parroquia: catequesis, Acción Católi– ca, etc... «En cuanto a mortificación corporal - seguía diciendo el informe -, tengo cilicio diario durante varías horas, y duermo sobre una tabla colocada encima del colchón siem– pre que no estoy mala... Quisiera ayudar en lo posible a los misioneros, y quisiera también convertir a algunos de mis familiares, que están bastante alejados de Dios. (¡Si viera cuánto sufro por causa de ellos!) »Aparte de estas cosillas, trato de mortificarme en io– do momento: si estoy sentada, procuro hacerlo de la ma– nera más incómoda posible; si voy a la iglesia, ya Jesús me tiene preparado algún clavito en la tabla del banco donde debo arrodillarme; los pasteles y caramelos, que eran mi flaco, ya han quedado suprimidos por completo; en fin, que procuro sacrificarme continuamente en cuanto a curiosidad, gusto, etc., etc. »Parece que Jesús está contento con esta disposición mía, pues frecuentemente es El quien me prepara la oca• sión. En los últimos Ejercicios Espirituales (que, venciendo mil obstáculos, pude al fin hacer interna), al contemplar el primer día tantas jóvenes reunidas, me pareció que era mucha la necesidad de oración y mortificación para con– seguir que en el alma de todas ellas rebosara la gracia. Pensando en eso estaba, cuando la monjita empezó a co– locar un papelito con el nombre de cada ejercitante en el lugar de los bancos que debíamos ocupar durante todos los Ejercicios; y vi con alegría al ponerme en el mío, que el banco debía de tener algún defecto, pues aparte de ser incomodísimo, apenas se podía guardar el equilibrio en él. Al salir, me dice una chica: "¡ Qué mala suerte tienes, 589

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