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sas alguna vez acudían a visitarla en un manojo que le lle– vaba su mamá o alguna amiga; y en cuanto a los vencejos, más bien debería quejarse, porque todos los ama– neceres llegaban a quebrar intempestivamente su frágil somnolencia con la algarabía frenética de sus vuelos y re– vuelos. Sólo el Divino Corazón era para ella, en su enfer– medad, el mismo que había sido en los días mejores de 1a salud. Su amable imagen presidía todo en aquella habi– tación de «enferma para rato". Y los ojos de Josefina se vol– vían frecuentemente hacia El, diciéndole con la mirada muchas cosas que los labios no sabrían explicar. A veces quería cantarle también algo, como sabía que le cantaban en las iglesias durante el ejercicio de su mes... ¿No había sido en una tarde de aquel mes de junio, y oyen– do un canto suyo en San Francisco, cuando había tenido ella la que podía considerarse como su primera gran re– velación del amor inmenso que ardía en el Corazón de Jesús? Lo recordaba perfectamente: «Corazón divino, Co– razón... llagado de amores por mi: no más peregrino, lla– mando a mi puerta. Entra y sé duefio, que el alma no acier– ta a vivir sin Tí». Hacía sólo dos años desde aquello, y ¡ cuántas cosas habían pasado ya por su pequeño mundo interior! Ahora podía recordarlas y revivirlas en sus interminables horas de silencio. Tranquilas lágrimas asomaban entonces a flor de sus pupilas; no eran lágrimas de nostalgia por lo que se fue, ni de amargura por la triste situación presente: eran unas lágrimas en que se fundían la humildad y el senti– miento de la propia debilidad, con la gratitud, la confian– za y el amor hacia Aquel que tanto había mirado por ella. Lo que mfts sentía Josefina en su forzoso guardar cama, era el estar privada de la misa y comunión. Lo aceptaba resignadamente; pero a veces desahogaba con el Señor muy amorosas quejas; otras veces, en cambio, le decía muy esperanzada: «J e,,ús mío: Tú que has querido darte a las almas mediante esa cosa material que es el pan consagra– do, ¿no tienes de sobra poder para entregarte también di– rectamente, sin nada de por medio, a quienes no podemos ir a recibirte?» Esta idea se la había sugerido el P. Fidel, y le servía de no poco consuelo, segura de que Jesús se uniría a ella extrasacramentalmente y misteriosamente, ya 586
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