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"Habrá solteras, o «solteronas» sí queréis, inaguanta– bles por su genio, por sus rarezas, por su lengua murmu– radora... ; pero ¿no se da una grey de mujeres así entre las casadas? Y en cuanto a lo de «egoístas», quien acerca de esto se encuentre sin pecado por vivir de lleno para los demás, que se adelante a «arrojar la primera piedra». »Para juzgar con equidad a las solteronas, deben pon– derarse las causas que han determinado en cada una su actual situación. »Unas habrán renunciado al matrimonio, por amor cristiano de la virginidad (no lo dudéis, porque yo conoz– co varios ejemplos): las tales sólo alabanza merecen. Otras han tenido que renunciar, por sacrificarse en favor de per– sonas que necesitaban su ayuda: padres inválidos o sin recursos, hermanitos o sobrinos pequeüos que se quedan sin madre... : no creo que nadie se atreva a criticar seme– jante conducta. Otras no llegaron a casarse porque el pre– tendiente o los pretendientes que les salieron al paso no eran de su gusto: ¿ quién puede negar que obraron más o menos razonablemente? ¡ Cuántas casadas andan por ahí maldiciendo el día en que conocieron al que ahora es su marido, y su pesadilla! Otras, finalmente, no se han casado porque no han podido, porque ningún hombre ha hecho caso de ellas; y yo pregunto: ¿acaso es esto motiYo suficiente para despreciarlas o zaherirlas? No. Si llevan su forzosa soltería con dignidad y decoro, merecen respe– to; y si no saben llevarla así, lo único que debernos tener en cristiano hacia ellas es una caritativa compasión. »Por otra parte, frente a las solteronas comodonas, egoístas y tal, ¡ cut'mtas hay que desarrollan una labor ad– mirable en obras de caridad y apostolado! Las catequesis, cofradías y asociaciones católicas, la limpieza de los tem– plos. la asistencia a los pobres, etc., se sostienen muchas ve– ces gracias a la abnegada labor de algunas de esas muje– res para las que tan frecuentemente sólo expresamos fal– ta de comprensión y de estima. Pero Dios no juzgará lo mismo que los hombres. ,,,En fin, carísimas oyentes - concluyó su lección el P. Fidel -; vosotras todas, Yayáis para casadas, o para monjas, o para solteronas, haced ahora gran honor a vues– tra juventud cristiana. Que vuestro porte externo esté ma– tizado por una elegancia austera y digna - ni chicas vul- 584
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