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« •• . La noclze llega: las ramas que se columpian, hablan de las hojas secas y de las flores difuntas». (Rl'BE~ D:\RIO). »Al verlos, bien pudiera creerse que se amaban. ¡No! No se amaban. Se conocían demasiado para eso ... », escri– bió A. Daudet. El pecado repetido rompe fácilmente los encantos que mejor sostenían la mutua estima; y luego, sobre las ruinas y las miserias de lo que tal vez fue un hermoso amor, sólo flota la maldición de Dios y la pro– babilidad de un porvenir poco venturoso: «Dios castiga las ruindades de novios, cuando casados, pues el que siembra pecados cosecha infelicidades». (VICE:-;TE FRA:iCO ). »Dios es infinitamente misericordioso, y por eso per– dona siempre que el alma se arrepiente de veras y propo– ne la enmienda; pero también es infinitamente justo, y lo mal hecho, tarde o temprano habrá que pagarlo. A ve– ces será en la otra vida; a veces, también en ésta... Yo pienso en más de una ocasión si los sinsabores y desgracias de ciertos matrimonios no serán una expiación tarclia, pe– ro muy justa, de lo que hicieron de novios. »La mejor garaniía para un matrimonio feliz es lle– var antes las relaciones con la honestidad y decoro que exige nuestra moral. El día de la boda, y durante la inme– diata «luna de miel», la dicha y la satisfacción parecen iguales para todos; pero ya vendrán las distinciones. Las bendiciones de Dios no pueden caer lo mismo sobre quie– nes hicieron lo que El quiso y sobre quienes hicieron lo que a ellos les dio la gana. - Tiene usted más razón que un santo - se atrevió a interrumpir una -- ; pero ha de reconocer que resulta te– rriblemente difícil y pesado el estar luchando todos los días para ser en todo como Dios quiere. - Lo reconozco de muy buena gana. Sé que necesitáis una fortaleza a toda prueba, a pesar de que se os llame el «sexo débil». 581
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