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ia mía llegue a ser así. Su vida es fugaz; la mía, también... pero yo tengo que hacer en la vida bastantes más cosas que un gorrión». IV La tarde aquella de fines de abril estaba llu\"iosa; pe– ro la lluvia no era fría, venía templada por un tibio vien– tecillo del Sur. Era, sí, la lluvia ideal para la tierra nutri– cia, que estaba entonces en su gran trance de fecundidad. Por la ventana abierta entraban a la celda del P. Fidel los más agradables y estimulantes olores del jardín: el tan misterioso de la tierra mojada, el de las matas de cina– momos, el de las lilas, el de las magnolias... El P. Fidel estaba ahora en su celda, como siempre que podía, por la necesidad y el gusto de aprovechar has– ta el último minuto de tiempo. Sólo cinco se había con– cedido para aspirar a pleno pulmón, de pie en la venta– na, aquel delicioso y fragante vaho que subía del jardín. Y volvió a su trabajo. Por lo mismo que él se había dedicado con generoso entusiasmo a la Venerable Orden Tercera de S. Fran– cisco, el atenderla como quería, para no decaer ni estan– carse, le iba exigiendo cada día más... En cuanto a los resultados, su impaciencia de trabajador joven hubiera querido verlos más rápidos y copiosos; pero en realidad no podía quejarse, pues se iba logrando no poco. Todos notaban ya el pálpito de una vida nueva en aquella Her– mandad leonesa de la V. O. T.: aumentaban las solicitu– des de ingreso, los «veteranos» cumplían más asidua y entusiastamente, el grupo juvenil femenino crecía, y ac– tuaba, y empezaba a ser ya «la gracia y la levadura» de toda la masa terciaria... Precisamente en este grupo juvenil estaba pensando muy intensamente aquella tarde el P. Fidel de Peñacora– da. Había que ir organizando algo en serio, para que la buena disposición de todas rindiera más..., y no sólo en la básica tarea del mejoramiento individual de cada una. Se le iban ya ocurriendo varias cosas... Pero ¡ siempre 56
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