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extraña fiebre de sentimentalismo. Lo romántico sustitu– ye a las emociones ingenuas de la niñez. El «soñar des– pierta» es cosa de cada día; y la jovencita, tan pronto se siente levantada por las más locas ilusiones o entusiasmos, como balanceada por la oscura góndola de la melancolía con unas inexplicables ganas de llorar. »El inmenso afán de agradar, tan incrustado en toda psicología femenina, crece entonces avasallador, dando origen a muy diversas formas de coquetería y a una in– tensa búsqueda de relaciones y de trato, de presentacio– nes, de amistades... Ciertas cosas que ella misma experi– menta, y otras que coge al vuelo en conversaciones y lec– turas, empujan fácilmente a la chica por el camino de la curiosidad..., ansiosa de esclarecer ciertos interesantes misterios sobre los que ella siempre ha observado en sus padres y demás personas mayores una manera extra– ña de conducirce: con reticencias, con evasivas, eludiendo preguntas, y dando a entender que lo mejor que puede ha– cer en tales asuntos es callar. ¡Qué fácil es entonces que la pobre chica haga preguntas a alguna compañera que ya «lo sabe todo» .., y qué fácil también que quiera ella pro– bar, tener experiencia propia en aquel terreno misterioso ! Quizá llegan entonces las acciones vergonzosas, que sólo dejan amargura en el alma, después de haber marchitado el encanto de la inocencia. »Este peligro, que podríamos calificar de interno, sue– le ser pronto superado si la jovencita es piadosa y utili– za convenientemente el sacramento de la Confesión. "Pero no tarda en aparecer por su pequeño mundo algo o alguien que conturba su ser muy profundamente. ¡ Aparece el AMOR! ¿ Quién se atreverá a calificarlo de ,,enemigo»? 1 Si parece lo más encantador de la vida! ¡ Lo único que pone en ella ilusión e interés l »El afán de agradar, que decíamos antes, se va concre– tando para la jovencita en el afán de agradar a éste o aquél. Por él se adorna y arregla con el máximo ciudado... De él, de sus idas y venidas, de sus gestos y palabras, está siempre pendiente. La más buscada entre todas las ami– gas es, naturalmente, aquella que más cosas puede contar de él; o que está en mejores condiciones de favorecer su trato. Si algún día él se fija en ella, si la distingue algo de las demás, aunque sea con el más tímido piropo, ¡oh!, en- 575
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