BCCCAP00000000000000000000393

Las Témporas de Pentecostés son una gozosa celebra– ción de la plenitud de dones traída a la Iglesia y a las al– mas por la «efusión» del Espíritu Santo. ¿Qué mejor cose– cha? Nada extraño que la misa del Sábado empiece jubi– losamente: «El anwr que hay en Dios ha sido derramado en nuestros corazanes, ¡aleluya!, por el Espíritu Santo que nos ha escogido para morada suya, ¡aleluya! ¡aleluya!» Y dice luego la oración: «Te rogamos, Seriar, que infundas en nuestras almas el Espíritu Santo, por cuya sabiduría fuimos hechos, y cuya providencia nos gobierna». Las ex– presiones de gozo por tantos dones recibidos se repiten una y otra vez: «¡ Aleluya! El Espíritu es el que da vida; la carne, de nada aprovecha... Alabad al Señor todas las gentes: ensalzadle todos los pueblos. Porque se ha con– firmado su misericordia sobre nosotros, y su fidelidad se mantiene por los siglos»... Sólo con gran esfuerzo pudo Josefina asistir a la mi– sa de aquel hermoso sábado. Al levantarse, se sintió ex– traordinariamente fatigada..., pero al fin logró reunir las suficientes energías para llegarse a la iglesia de San Fran– cisco, como de costumbre, ¿No podría ser aquélla la últi– ma vez que la visitara? Hubo de permanecer sentada durante casi toda la mi– sa, pues de rodillas no podía sostenerse. Sin embargo, su devoción no sufrió detrimento. Espiritualmente se encon– traba en un punto inmejorable: todo el Tiempo Pascual había sido de grandes gracias para ella, y muy especial– mente esta semana del Espíritu Santo. Por eso quedó no poco entristecida cuando leyó aque– llo: «Concluída la misa de hoy, expira el Tiempo Pascual». Reaccionó así: «Bendito seas, Jesús mío... Nunca sabré agradecerte todo lo bueno que has sido conmigo durante este tiempo que ya acaba... No sé si ahora empezará para mí otro tiempo muy distinto, el de Pasión. Me encuentro mal, y tengo miedo... ; pero yo quiero, a pesar de todo, que se haga siempre en mí la voluntad del Padre, quiero entregarme con viva fe a sus misteriosos designios». Cuando llegó a casa, su madre la vio de tan mal as– pecto, que la hizo acostar inmediatamente. Y se llamó al médico... Su dictamen no fue nada alen– tador: «Hay que vigilarla mucho. No me gusta nada cómo se encuentra. Que no se mueva hasta nueva orden». 573

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz