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su marcha con los más bellos aires re• A tenor de esta excursioncita a Víllaquilambre se fue– ron haciendo otras en las tardes de los domingos de ma– yo, tardes serenas, con fragancia de campo florecido. La Madre del Amor Hermoso podía sonreir complacida al ver tan bien juntados en las almas de sus hijos jóvenes el bu– llicio de la alegría y el límpido encanto de la honestidad. Sin embargo de todo esto, el mayo de aquel año, con toda su plenitud de primavera, dejaba en el alma del P. Fidel un extraño poso de melancolía. ¿Sería por cierto presentimiento de que ya no volve• ría él a cantar «Venid y vamos todos» en unión de aque– llas almas juveniles, para las cuales había volcado lo me• jor de su espíritu y de su juventud? ¿Sería por ver cómo Josefina se marchitaba a ojos vistas, y esta vez muy en serio? 571

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