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«Por la Patria, el Pan y la Justicia, adelantados de la Cristiandad, marcharnos los tercios falangistas tras la cruz de tu espada, Capitán"··· Lo que más repetían los muchachos era aquello de «Prietas las filas». Y ¡ qué bien sonaba en el aire, gene– ralmente sereno, de los atardeceres de mayo! Pero en la segunda estrofa de tal himno había algo que le traía re– cuerdos dolorosos al P. Fidel : «Mis camaradas fueron a luchar, el gesto alegre, firme el ademán. La vida a España dieron al morir: hoy grande y libre nace para mfa. Sí, muchos camaradas habían ido a luchar. Y muchos, ¡ también a morir! ¡ Cuántos habían quedado allá lejos! El gesto alegre y el firme ademán no les habían librado de caer. En aquellas tardes luminosas de mayo pudo recordar más de una vez cierta tarde y tristona de noviembre en que había contemplado su primer muerto de guerra. Al regresar aquel muchacho de un acto de ser– vicio, un certero cañonazo rojo lo había dejado tendido al borde de la carretera. Luego vino el entierro, en el ce– menterio del pueblecito: sobre la manchada lona de una camilla llegó el cadáver a su último aposento (una manta piadosa cubría los destrozos de la metralla); el responso postrero..., el bajarlo al hoyo... ¡ Cómo evocaba el P. Fidel al com:mdante de la unidad, erguido penosamente sobre la tumba abierta, y exclamando: «Camarada X. de Z.: ¡Presente l». Luego, el arrojar un puñado de tierra encima del caído mientras los labios musitaban: «Descansa en paz». Sí; bien podían cantar ahora las promociones de mu– chachos adolescentes: «La vida a España dieron al morir: hoy, grande y libre nace para mí». « Ya las banderas cantan victoria al paso de la paz ; 563
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