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Dios lo que no puede darnos nuestra naturaleza viciada y débil, puede estar casi segura de que hará con fortuna su navegación por los difíciles mares del noviazgo». Aquella noche María de la Gracia se durmió feliz. i Ya podía hablar francamente de sus cosas con aquel que tanto la había ayudado en todo, a quien tan ele verdad quería en el Señor! III Pocos días después de esta última entrevista con Ma– ría de la Gracia, recibió el P. Fidel una carta de Rosa Ma– ría de los Angeles. Y con la carta en la mano, pensó : ¡ En el camino de las almas cuántos misterios hay ! Una que empieza su juventud soñando en amores y hogares felices, termina consagrándose a Dios con muy serios propósitos de renuncias heroicas; otra que siente primero la atracción del ideal más difícil, y sueña con darse a Dios por comple– to (y que tan a propósito parecía para semejante destino), acaba cediendo al encanto de esa felicidad tan rosada y fácil que viene a ofrecer el amor humano... Bien, que Dios bendiga a ambas y guíe sus pasos por tan distintos derro– teros. La carta de Rosa María hablaba de sus experiencias y vida en la Casa-Noviciado. Aquella estupenda muchacha seguía con el mejor espíritu... Lo cual no quería decir que todos sus días fueran plenamente radiantes, sin nubes sombrías que ocultasen el esplendor del sol o el azul del firmamento; también ella iba sabiendo de jornadas gri– ses y de «noches oscuras». Pero a través de unas y de otras, trataba de ir resueltamente a Dios, y ya iba aprendiendo que no se puede llegar a Dios si no se «pasa por todo»; las horas de transfiguración vienen entreveradas con jor– nadas de cruz a cuestas. La carta era portadora de una estampita para el Padre Fidel. Aparecía allí la hermosa figura de María, jovencita y como absorta en su interioridad; al dorso es– taba escrito con sencilla y elegante caligrafía: 36. - Témporas ... 561
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