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cada tarde el «ejercicio de las Flores», y los coristas teólo– gos, desde el coro, ofrendaban a la Virgen el gratísimo obse– quio de unas cánticos «de mayo» que se escuchaban con delicia, no obstante la ingenuidad de sus versos, qúe pare– cían literatura de adolescente. Mas como no todos los mu– chachos y muchachas de la Juventud Terciaria podían asistir a aquellos cultos, por razón de la hora, el P. Fidel puso otro «ejercicio de las Flores» una hora más tarde, en el angosto localito de «Avanzadilla». Tal ejercicio era menos solemne que el de la iglesia, y algo más corto, pero tenía la ventaja de resultar más íntimo y familiar. Arrodi– llados ellos y ellas sobre las desnudas tablas, rodeaban al altarcito donde tenían la Virgen al alcance de la mano: el altarcito lo habían preparado varias chicas, y cada dos o tres días se adornaba con nuevas flores, que ellas también se encargaban de buscar. Allí se oraba y se cantaba como a media voz, en la manera y tono que mejor van a las confidencias, a las cosas que de verdad salen del alma. Lue– go, el P. Fidel sabía escoger tan bien las lecturas para aquel acto... El espíritu de los muchachos se iba ungiendo con el mejor óleo de la devoción a María. Terminado el ejercicio piadoso, las miradas, y frecuen– temente también los comentarios, se iban hacia el otro rincón del local donde aparecía, mustio y silencioso, el pe– queño ajuar de «Avanzadilla»: dos mesas, unas carpetas ya con polvo de inacción, y un armario que se avergonzaba casi de no tener nada que guardar. .. - ¡ Me da una pena mirar para ese rincón ! - decía a Valentín Negrete cierta tarde la buena de Celia Núñez. - Y a mí. Aunque ahora estoy mucho más descansado, siento nostalgia de todo aquello de antes: el teclear de la máquina que nos prestaban, el frecuente sonar de los cor– doncitos al abrir y cerrar las carpetas, el paso de quienes subían y bajaban... - ¿Crees tú que volverá aquello? En esa esperanza estoy. El P. Fidel ha dicho que por ahora nos conviene dar tiempo a que los ánimos se vayan calmando; pero que en el momento oportuno se acudirá a donde sea para conseguir la reaparición de nuestro perió– dico. Sí, el P. Fidel había dicho eso, y en eso estaba. Mas no se libraba de tener alternativamente sentimientos en- 552

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