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OTRA VEZ «CON FLORES A MARIA» De nuevo el « Venid y vamos todos... con flores a Ma• ría» había empezado a sonar por las iglesias y escuelas de la ancha España. Mayo había llegado: muchos nidos por los árboles y setos, muchos pajaritos sin estrenar en los nidos, y todas las hojas eran nuevas en los árboles. De cuando en cuando, nubes viajeras descargaban la tan pre– ciada «agua de mayo» sobre la tierra, que estaba en su mejor trance de fecundidad; pero los chubascos no eran cosa de cada día: más ordinario era que un limpísimo cielo azul cobijase amorosamente toda aquella hermosura de la naturaleza que tan de lleno se renovaba. Y la Madre del Amor Hermoso, la Reina de las Flo– res, estaba para los buenos católicos muy por encima de tan alegre esplendor, presente en cada hermosura natúral, «consagrando» todo aquello, que de otra manera bien podía desarrollarse bajo un signo de paganía. En la iglesia de San Francisco también se celebraba 551
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