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cia era como una pequeña galería abierta al Sur, en la parte posterior de la casa, sobre unos amplios solares (ya acotados, pero en los que aún no se había empezado a edificar). El sol entraba ahora a raudales por las gran– des cristaleras. María de la Gracia había subido varias de sus piezas movibles, para tener más directo contacto con la luz y el aire primaverales. Al cabo de un buen rato fue apagándose su incohe– rente cantar; cesaron sus movimientos y su alegre afa– narse por la casa; y se encontró de pronto sentada en una silla del luminoso comedor, acodada en su redonda mesa, y mirando tranquilamente al día... El cielo estaba todo él limpio y radiante - bello cielo, el de León - ; las flores de las macetas parecían del todo felices con las caricias solares; los canarios de la jaula chillaban de contento; en los solares de enfrente picoteaban inquietos numerosos gorriones... María de la Gracia observaba con la más suave delicia todo aquello. Llegó a suspirar bas– tante alto, y a decirse a sí misma muy bajito: ¡ Qué her– moso es vivir..., y soñar! Pero de pronto le vino a la memoria lo que en la reunión de la tarde anterior había dicho el P. Fidel acer– ca de la vida. Y suspiró de nuevo..., pero de muy distinta manera. «¡Dios mío! ¿Por qué nos hablarán tanto de que las ilusiones se marchitan, de que la felicidad de aquí abajo tiene muy poca sustancia, de que todo pasa con excesiva rapidez...? ¿Por qué no cesan de advertirnos que ande– mos con cuidado, porque muy fácilmente nos pueden en– gañar las apariencias, y seducirnos el mundo, y meter– nos la curiosidad y la inexperiencia en peligrosos cami– nos... , de los que no todas vuelven, y las que vuelven, según dicen, casi siempre retornan después de haber de– jado en la aventura cosas inestimables que no se pueden recobrar? ¿Será que no podemos entregarnos de lleno y confiadamente a la dicha de vivir?» Como una serena réplica a estas protestas que aca– baban de producirse en su alma, sintió la joven que le surgían muy vivas en el recuerdo las palabras del P. Fidel: « Yo no quiero que renunc1e1s a soñar... Lo que no puedo consentir es que se malgaste en inútil mariposeo 53
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