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su club son personas cabalmente honradas y honorables: para ellas nuestra estima..., pero también nuestra «no aprobación» a que ellas presten su concurso en cierta cla– se de diversiones. A propósito de esto, quiero que se en– tienda bien una cosa: si expresamos nuestra estima a to– dos los socios buenos de esa entidad, no es porque estén bien situados social o económicamente; «nosotros estima– mos al hombre como portador de valores eternos», y, en consecuencia, el barrendero nos merece tanta estima co– mo el millonario, y el portero de «La Buena Sociedad» tanto como todos sus dirigentes. »Termino declarando solemnemente que he escrito es– tas líneas sólo por los motivos apuntados al principio, de ningún modo constreñido por amenazas más o menos ex– plícitas, pues, como usted mismo debe comprender, cuan– do se ha dejado todo por Cristo, no pueden asustar gran cosa las persecuciones del mundo y los trabajos de la vida». El señor Garra Peñuela no quedó con esta segunda carta mucho más contento que con la primera. Pero algo era algo; y casi convencido ya de que las cosas no irían de ningún modo por el camino que él se había imaginado en los comienzos del barullo, no volvió a insistir en sus pretensiones de «cumplida retractación» o desagravio. Pe– ro desahogaba su bilis de cuando en cuando con los ami– gos... ; y más de una vez brindaron todos porque al menos «Avanzadilla», el odioso periodiquito de combate, estuviese ya bien muerto y sin esperanzas de resurrección. III Al P. Fidel le sentaron estupendamente las parciales vacaciones que acababan de imponerle. El ritmo de tra– bajo sostenido durante meses y meses resultaba en ver– dad agotador, y difícilmente hubiese podido mantenerlo durante mucho tiempo. Quitada ahora la quincenal tarea del periódico, en la que casi todo tenía que hacerlo él - desde escribir muchas cosas y corregir a fondo las 540

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