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de suponerse. El Padre Fidel, sonriendo, saludó efusiva– mente a todos, repartió abrazos y palmaditas en la espal- da, y... hay, chicos? ¡ Nada de apurarse! Todo se re– duce a que nos han proporcionado unas vacaciones for- zosas; por ahora vamos a que nos vendrán bastante bien, y un poco adelante ya veremos. Lo que prohibe un Gobernador Civil puede autorizarlo un Ministro de la Gobernación. Daremos la batalla donde sea necesario. Cuando el grupo llegó al convento (por la Avenida de la República Argentina y Jardines de San Francisco más de una persona se les había quedado mirando con muy significativa expresión), los muchachos ya parecían otros. Allí se encontraron con otro grupo, de «ellas», que no se habían atrevido a ir a la estación... Al fin, el P. Fidel traspuso el umbral de la puerta de clausura, y se dio cuenta entonces de que lo que más le fastidiaba en aquel momento era tener que presentarse al P. Superior. No es que le tuviese miedo, sino que re– sultaría inevitable hablar de aquel enojoso asunto... Lo que él estaba apeteciendo, sobre todo, era ¡silencio, sole– dad, descanso ! Ya habría tiempo de pensar y de actuar. De momento sólo pedía eso: que le dejaran tranquilo. Mas no pudo ser. Primero con el P. Superior y des– pués con los Padres compañeros suyos, que sentían de veras lo ocurrido, fue necesario entretenerse en coloquios, explicaciones y comentarios. Tras los de casa vinieron los de fuera. Ya aquella misma tarde del sábado empezaron a acudir a la portería ami– gos, colaboradores o simples admiradores. Chicas, chicos, excelentes terciarios y terciarias, fueron reiterándole al Padre las más sinceras expresiones de adhesión y condo– lencia por lo ocurrido... Y el Padre Fidel tuvo que co– rresponder a todos; y levantar unos ánimos; y calmar otros, que demasiado vehementemente gritaban: «No hay derecho. Nada más que porque son los que son, ¿van a hacer lo que les dé la gana?» El domingo por la tarde fue a verle el noble José María, Delegado Provincial de Educación Papular, acom– pañado de su esposa, Conchita. Se habló en el plan más amistoso, como siempre. Y así fue sabiendo el P. Fidel 530
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