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humorístico porque la definía bastante bien: con sus vein– tiún años, era buenaza, sufrida, bastante cándida, y no muy hábil para las labores, pero fiel y piadosa. - Usted siempre con las mismas ganas de tomarme el pelo... Me parece que viene con demasiado buen hu– mor. No lo tenía tan bueno la madrina al marchar; se llegó a impacientar bastante, porque usted no acababa de volver, y ella quería darle varios encargos. Hace sólo cinco minutos que se ha ido. - Bueno, mujer; hace hoy muy buen dia, y no va– mos a enfadan1os por pequeñas cosas. Ya se le pasará todo. Verás cómo a mediodía, cuando vuelva después de tomar un poco de sol, nos trae el mejor humor del mundo. La muchacha siguió escaleras abajo, mientras María de la Gracia abría la puerta con su llavín, y se quedaba de única dueña y seíiora en el piso. La madrina pasaba la mayor parte del día fuera, porque había de atender a una pequeña librería de su propiedad; era inteligente y de genio vivo, y aunque reñía con frecuencia a su ahijada, la quería muy de veras, y se le llenaba el alma de satis– facción siempre que alguien ponderaba lo juiciosa y for– mal que ésta era. También «Sor Simplicia» quería a Ma– ría de la Gracia, porque entre otras no pocas cualidades tenía la de no ser orgullosa ni exigente, sino cordial y sencilla en su trato..., y poco amiga de criticar. María de la Gracia fue dejando en su sitio el misal, los guantes, la mantilla, e] abrigo... ; y se puso a desayu– nar. Entre bocado y bocado, tarareaba incesantemente, lle– na del mejor humor. Después del desayuno se puso a hacer pequeñas faenas por la casa..., y seguía tararean– do..., llenándolo todo con sus «gorjeos». Aquel piso en que vivía con la madrina - al padre se lo habían ma– tado los rojos en 1936, la madre había muerto, y los her– manos estaban lejos -, era un piso de casa nueva, chi– quito y mono; y el buen gusto de la madrina y de ella le habían hecho aún más acogedor y agradable. La tarea de María de la Gracia en él era dar a todas las cosas aque– llos toques «de detalle» que no se le ocurrían a la sir– vienta. Encontraba especial gusto en cuidar luego de sus macetas y de los canarios. Viéndola moverse por la casa en esta jubilosa ma– ñana de abril, cualquiera se sentiría inclinado a aplicarle 51
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