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tos señores de León - unos, poderosos de influencia, y otros, de dinero - no se fijaron en aquella estupenda pá– primera, sino en cierto título que aparecía allá por cabecera de la cuarta: «En León hay una feria de es– clavas». Empezaron con avidez la lectura... ; a los pocos puntos, sintieron que la indignación apretaba su robusto cuello; al terminar, más de un puño cerrado descargó fu. rioso sobre la mesa o sobre el brazo de un sillón, mientras barbotaban los labios: ¡ Esto es intolerable! ¿Cómo se con– siente que se publiquen tales cosas? ¡ Hay que acabar de una vez con semejantes atrevimientos! La boca que más decididamente disparó una y otra vez tales desahogos fue la del ilustre coronel don Jenaro Garra Peñuela. Juró por sus bigotes y por sus tres estrellas de ocho puntas que aquel periódico «Avanzadilla» no sal– dría más a la calle, o poco podría él... Su honor estaba comprometido, y debía quedar cumplidamente desagravia– do. ¿En qué habría podido menoscabar tan gravemente «Avanzadilla» el honor del ilustre militar? El artículo aquel de la página cuarta, «En León hay una feria de esclavas», se metía sin miramientos con los bailes que se daban de manera constante en los locales de «La Buena Sociedad Leonesa», entidad a la que pertene– cían, aunque fuera sólo nominalmente, todas las familias « bien» de León. ¡ Y daba la casualidad que Presidente 'de la misma era por aquellas fechas el buen coronel don Je– naro Garra Peñuela ! «Avanzadilla» ignoraba esto último. Pero aun sabién– dolo, hubiera procedido del mismo modo, pues tenía co– mo norma atacar todo lo que encontraba censurable, sin atender a quienes estuviesen amparándolo. Desconocía qué influyentes señores formaban la Junta Directiva de «La Buena Sociedad», pero sabía que en sus bailes no faltaban abusos; sabía que allí, entre la gente «bien», y por lo mismo, más obligada a dar ejemplo, se iban introduciendo desenvol– turas cada vez mayores (que luego se extendían a otros círculos de menos pretensiones sociales); sabía que bastan– te gente de «La Buena Sociedad» interpretaba sus pro– pias campañas contra los bailes, como si únicamente alu– diera a los bailoteos de la gente menos «educada», en am– biente y salones de suburbio; y sabía, además, que entre 525
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