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sima pobreza franciscana. Cada quince días aparece «Avan– zadilla», y su aparición nos sigue costando los mismos tra– bajos y dificultades que en un principio. »En realidad, no hacemos gran cosa. Nuestra mayor satisfacción está en repetirnos al fin de cada jornada la humilde palabra evangélica: «Siervos inútiles somos. Lo que debíamos hacer, eso es lo que hemos hecho». Pero tal vez Dios nos haya elegido para ser levadura y sal y luz en una chiquita porción del mundo. ¿Qué menos que predicar– le a gritos entre los hombres? »No tenemos ninguna ambición que no sea ésta: decir la verdad. Todo lo demás nos tiene sin cuidado. «Avanza– dilla» no da ni fama ni dinero. Da, sí, disgustos y traba– jos; pero los hemos aceptado en servicio del Evangelio. »¿Qué más? Hasta nos tiene casi sin cuidado el que nuestro periódico perdure o caiga. Mientras que Cristo quisiera servirse de nosotros, estaremos en pie; luego, tal vez nos toque desaparecer. Y lo haremos sin lágrimas, con la misma sencilla espontaneidad con que hemos apareci– do. Si en vez de morir de muerte natural, es nuestro desti– no caer en el combate, tanto mejor: nuestro final será más glorioso. »No nos asusta el porvenir. El porvenir siempre será bueno mientras nosotros sepamos permanecer con Cristo. » Y Cristo no puede fallarnos : es la piedra angular; la piedra que nosotros queremos poner en la base de todo, para que se salve de verdad el Occidente cristiano, nuestra milenaria civilización europea. Sin El, todo resultará inú– til. Sin El, no tendremos salvación. »He aquí nuestro programa. Nuestro programa de ha– ce un año. Nuestro programa de hoy. Hoy, mes de marzo de mil novecientos cuarenta y..., con los ejércitos rojos de los «Sin Dios» acampando en el centro de Europa». La modesta celebración de aquel aniversario no se li– mitó a las páginas de «Avanzadilla». Para el P. Fidel hubo algo inesperado en la tarde del jueves, día uno de marzo, a la hora de reunirse como de costumbre las jóvenes. Cuando el Padre se levantó y se volvió, después de rezar arrodillado el avemaría, vio con sorpresa que entre las chicas había unos cuatro muchachos que tenían el aire de venir con una importante misión... Sin preámbulos ni petición de permiso, Valentín Negrete, 518

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