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Toda la figura de la frágil muchacha era una expresión pura de atención y asentimiento. Era cierto, certísimo, lo que el Padre decía. Y ade– más, era hermoso. Venía dicho con un no sé qué, que ponía vibraciones en su alma. Ella, la apasionada e inconsciente Josefina, había lle– gado a sus veinte años sin tener acusación interna de una sola falta grave; pero - ¡ ahora lo veía claramente! - en cuántas ocasiones debió de estar ella a dos pasos de quedar irremediablemente descalabrada... ¿Por qué ni una sola vez ocurrió la catástrofe? ¿Por qué? ¿Por qué? Sólo había una explicación: providencia singularisi– ma, amorosísima, del Padre que está en los cielos y del Hijo que El tenía enviado como Salvador a la tierra. Josefina despertó de pronto a la conciencia del peligro, y más aún a la conciencia de la predilección inmerecida con que Dios había velado por ella. «¡Dios mío ! ¿Cómo sabré agradecértelo? ¿ Cómo po– dré corresponderte?» Pensó que lo menos que podría hacer era darle toda su vida de veinte años..., que El había querido conservar sin mancha. ¿Y dónde mejor que en un convento? ¡ Un convento! A Josefina la extremeció tal idea. j Se– ría horrible enterrar su vida! Después, poco a poco le vino la comprensión de que la cosa no debía de ser tan horrible. Hasta en los jardi– nes más recoletos y bien murados penetra libremente el sol, y se abren, con el aroma de siempre, las flores. IV De haber tenido «Avanzadilla» una casa propia, la mejor inscripción para su frontispicio hubiera sido esto que ponía su número 20 en el recuadro de la primera pá– gina: AMIGOS JOVENES que ans1ms dejar el rebaño de los derrotados, de los mue– lles y de los inútiles, que deseáis vivir la fe cristiana del 514

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