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II I En los círculos de las chicas había empezado a tra– tarse también el tema de la castidad. Pero a ellas el Padre Fidel les hablaba en un tono menos intelectual que a los muchachos. Les había dicho el primer día: «Bastantes de vosotras recordaréis que hace algún tiempo os hablé sobre los tres grandes valores que a mi juicio tiene la vida juvenil : ardor de vida, fe en el porve– nir y ansias de superación. Titulábamos todo aquello : « Valorización cristiana de la juventud», porque esto era precisamente lo que se in– tentaba: que vuestra radiante plenitud de vida, revalori– zada en Cristo y por Cristo, se empleara de lleno en ser– vir a los mejores ideales «cristianos». »Lo de entonces continúa en acto: por ese pequeño mundo de vuestro ser siguen «abriéndose las flores y se escucha el canto de la alondra»: es que se mantiene vues– tra primavera... Entonces os decía: « Estos son los valo– res de la juventud, de vuestra juventud, que pueden su– blimarse inmensamente, antes de que la primavera se marchite». Hoy vengo a deciros: «Todos esos valores, y todas esas flores, pueden quedar miserablemente deshe– chos... Los tesoros excitan la codicia de los ladrones. Las cosas de valor están expuestas a un asalto, violento o traicionero. Con todo lo más inapreciable de vuestra juventud cristiana puede acabar más o menos pronto un enemigo dificilísimo, y tan solapado, que muchas ve– ces no se diría que lo es. »Comprendo que resulte poco grato oir hablar de pe– ligros mortales en la vida, cuando se quisiera marchar por ella plenamente alegres y confiados... El marino bien quisiera lanzarse cantando a la mar, soñando con cielo sereno, ondas suaves y horizontes luminosos, sin saber nada de bajíos y ciclones y minas de guerra; mas ¡ pobre de él!, si ignorante o inconsciente del peligro, abandonara toda preparación y precaución. »Vosotras también quisierais marchar totalmente ilu– sionadas por la vida, con un cantar en la boca y un sueño en el corazón, cogiendo todas las flores que se abren a 512