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que muy mal. Sin embargo, de usted todo me parece ra– zonable. Tal vez sea el modo de decirlo. O la intención que yo veo en ello... »Creo que ya casi estoy del todo bien, pues aunque no fui al médico, ni hice nada por curarme, ya no me duele nada ni siento ninguna molestia. »Me gusta - a mí, tan rebelde a toda clase de fór– mulas - que empiece así sus cartas: «Paz y Bien». ¿Qué mejor puede desearme? Yo también le deseo esas dos co– sas con toda mi alma, aunque sé que usted ya las posee. »Tiene gracia lo que me dice. Me conoce usted bas– tante bien... ¿Que si no habrá cambiado nuevamente de rumbo este balandro sin gobierno? Lea y juzgue: »Seguí siendo novia de Fernando una temporadita. Sin gran entusiasmo, es verdad. Hasta que me cansé de recibir aquellas cartas suyas que empezaban: «Mi Car– mina», y terminaban: «Tu Fernando». Pensé que yo era YO, y no quería ser de nadie, sino exclusivamente mía; y que para nada quería tampoco ser la dueña de ningún hombre: ¡ vaya alhajas! »Y por fin, un día en que no trabajé, le mandé la des– pedida. A los pocos días coincidí con Manolo en una fiesta. Bailamos juntos... Luego nos vimos varias veces, siempre a espaldas de mi familia (antes de que se me olvide, le diré que ésta, al enterarse, me insultó de lo lindo. Ni más ni menos, «que yo era su vergüenza y su castigo»... Pensé en marcharme de casa. Se lo juro). Yo estaba, y estoy, enamorada de Manolo; y por tanto, me sentía muy capaz de cualquier cosa... Hasta que un día me enteré de que, mientras a mí me insultaban y me mortificaban por causa suya, el muy sinvergüenza de él se estaba tan tranquilo bailando en ciertas salas de fiestas. »Por muy loca que esté por él, tal vez sea mayor mi orgullo que mi cariño... Por otra parte, es indudable que él no me merece. Su vida deja mucho que desear en lo moral, y yo no podría nunca rebajarme hasta ser lo mis– mo que él, ¿comprende? Pues bien: dejé a Manolo, que jura que me quiere con toda su alma... »Pasaron tres o cuatro días, y recibí carta de Fer– nando, diciéndome que, después de haberlo pensado mu– cho, había llegado, como siempre, a la conclusión de que me quería demasiado para consentir en perderme así sin 508

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