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grupo de la Juventud masculina, era excelente prueba lo que publicó Francisco Campo en el número 22 de «Avan– zadilla», salido el 25 de febrero (Se estaban viviendo unos días muy agitados en política internacional, y negros nu– barrones ensombrecían el horizonte, llevando grave pre– ocupación a no pocos espíritus). Saliendo al paso de po– sibles cobardías, hablaba así Francisco Campo: «No hay nada comparable a morir en el campo de batalla o ante un piquete de ejecución en defensa de una Idea. Pero hay ideas e Ideas. Morir por la idea comunista, quizá llegue a ser una heroicidad; pero lamentable. Morir por lealtad a un hombre, puede ser otra heroicidad; pero en ocasiones, tal vez inútil. Morir por Dios y por la Pa– tria, no será jamás una heroicidad lamentable ni inútil, sino la más excelsa de todas las heroicidades, la gloria mayor que le puede caber al cristiano como remate de una vida justa, noble y entera. »La bala enemiga que siega en flor veinticinco años de vida joven, no viene con mala suerte, sino con una gracia especialísima del cielo. Sólo es necesario que la conciencia del héroe esté en paz con Dios. Un balazo: ¡la muerte l ¿ Y después? Después : ¡el paraíso J Y en el cam– po, sobre la tierra española, toda sangre así derramada hace crecer las rosas de una primavera mejor... »Amasada con sangre de mártires y de héroes, se te– jió la mejor Historia de España. Fue muy empinada la cuesta que tuvo que subir España para llegar al triunfo de su más gloriosa plenitud por la Catolicidad: siglos XVI y XVII, grandes siglos de la mejor expansión uni– versalista - «católica» - y grandes siglos de España. Fue la historia de un Imperio católico que se abre paso a fuerza de fe y de sangre por las tierras del mundo. Cuan– do se muere por la Fe, el caído es un mártir. Y la sangre de los mártires «es semilla de cristianos». Antes, ahora y siempre. »Otra vez Cristo pide sangre. Otra vez parece necesi– tar de martirios. Pero su bandera no se arriará jamás, sople el viento que sople, aunque sean los más destruc– tores vientos de la estepa... »Y éste es el destino incomparable de España: defen– der a Cristo, morir por Cristo. Frente a los árabes, frente a los turcos, frente a los herejes de la Protesta, frente a 505

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