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tuvo mirándole: «Señor, vamos a enseñar los dos aquí. Tú, arriba; yo, a tus pies, tratando de interpretar bien para los niños tus lecciones... Haz que este pobre local de ladrillos se convierta en un acogedor hogar de almas... Tenme siempre de tu mano, porque me encuentro dema– siado pequeña y sola»... Llegaron los niños. Sentados en sus pupitres, no le quitaban ojo a su nueva maestra. Araceli estaba algo nerviosa, no sabía có– mo empezar... Sin darse cuenta, empezó sonriéndoles... Luego, fue preguntándoles uno por uno sus nombres y apellidos; mientras preguntaba y escuchaba, sus ojos acariciaban las cabezas de aquellos que ya eran «sus ni– ños»; unos iban muy pobremente vestidos, otros mal pei– nados: casi le <lió vergüenza su propio cuidado aspecto... ¡Había demasiado contraste! ... Rompió a hablarles muy cariñosamente: iban a pasar muchas horas juntos, y ella quería ser para todos como una buena madre... ; esperaba tenerlos muy cotentos, y que fuesen con verdadero gusto a la escuela... Les repartió al fin unos caramelos, y les despidió. Cuando ella misma salió fuera, vio un grupito de niñas que estaban esperando para acompañarla a casa. Tal de– talle le supo a gloria a Araceli. Pero no quiso hacerse demasiadas ilusiones ; sabía que su estancia en aquel pueblecito apartado había de traerle más de un día triste, y bastantes horas en que se sintiese cansada de todo. Tendría que crecer o vivir allí casi tan solitaria corno aquel nogal de ramas desnudas que se empinaba sobre el tejado rojizo de la escuela. Antes de un mes, ya había probado casi de todo. Y con la serenidad, dulzura y tristeza que derrama sobre el espíritu la soledad saboreada, ella iba sintiendo más a Dios y amándole más. Algunas veces, sola en su habita– ción, o sola bajo el nogal, o sola ante el crucfijo de su escuela, podía vérsela abstraída, luminosa, pálida, como una pequeña virgen y mártir que espera su consuelo en la voz divina. Había hecho una jaculatoria de estas pa– labras: « Señor, que comprendan tu poesía; que yo sea un humilde reflejo de ella y de tu amor». Del temple de la Juventud masculina, de un selecto 504

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