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se malgaste en inútil mariposeo de ensueños fantásticos la mejor energía espiritual que late en vosotras, y que debe reservarse íntegramente para empresas de marca divina, empresas de la más sublime santidad. »Vosotras no podréis acertar con lo esencial o ver– dadero de la vida, si no empezáis «desengañándoos», es de– cir, liberándoos de la fascinación de lo que sólo tiene apa– riencias, de lo que falsamente se presenta corno hermoso y apetecible. Por eso, es necesario que ya en plena ju– ventud vuestra alma se percate muy a lo vivo de la te– rrible fugacidad de la vida y de la vaciedad de todo lo que el mundo ofrece y ensalza; se logrará entonces que ni el espíritu ni el corazón se peguen con exceso a las mezquinas realidades de aquí abajo, sino que se lancen con prisa a hacer por Dios algo que valga la pena... » Cual certera saeta lanzó aquí el P. Fidel este apóstro– fe a sus oyentes: « Vosotras, queridas jóvenes, tenéis un alma generosa y una formación cristiana de calidad : ¿seréis capaces de entregar frívolamente al mundo el te– soro primaveral de vuestra juventud, con el secreto pen– samiento de volveros luego a Dios para darle los tristes residuos del otoño? Volverse a Dios cuando a fuerza de desengaños y hastío de todo ya nada se puede esperar del mundo, es una cosa buena, sin duda, pero no muy glo– riosa, pues hay motivo para pensar que se va a El, más que por un puro sentimiento de amor, por la necesidad de encontrar en alguna parte un poco de atención y de consuelo». El P. Fidel siguió hablando... María de la Gracia ya no sólo no tenía nada que objetar a lo que oía, sino que iba asimilando el discurso del Padre con la más cálida atención; una atención casi igual a la que mostraban dos ojos grandes, de oscura pupila, que miraban al lado de ella, y sobre los cuales sólo muy de tarde en tarde se posaba, cual alivio imperceptible, un levísimo parpadeo. Cuando el P. Fidel miró el reloj, diose cuenta de que las manecillas habían corrido más de lo que él suponía... 48