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del magisterio, la propia vuestra, añadiréis más de una vez el suplir la acción del sacerdote, acción que, por uno u otro motivo, tantas veces falta por esos pueblos de Dios. Brillad como rayos de luz en las tierras que el Señor os ha mucho de vosotras. Tenemos la seguridad de que algún día podremos mostrarnos orgullosos de nues– tras maestritas terciarias». El número 21 de «Avanzadilla», en las puertas ya de la Cuaresma, salía con rostro impresionante: una gran cruz desnuda y roja, irguiéndose sobre una cadena de cum– bres también rojizas, ocupaba toda la página primera; y al pie de la cruz, esta sentencia latina esculpida en el fron– tis de un monasterio cartujo: «STAT CRUX, DUM VOLVITUR ORBIS» «Firme se mantiene la Cruz en pie, mientras el orbe se agita en convulsiones». «La firmeza de la Cruz es el mejor motivo de nuestra esperanza. Pero su figura nos está predicando a todos que no podemos salvarnos sin austeridad e inmolación. »Cristianos: ha llegado el tiempo de expiar culpas pa– sadas y enmendar desarreglos presentes. Sobre la inmensa tragedia de este mundo nuestro, tan maltratado, la Cruz no deja de repetir implacablemente las palabras del Se– ñor: «Si no hiciereis penitencia, todos miserablemente pereceréis». La llamada era fuerte, sin duda; pero «Avanzadilla» juzgaba que sólo con lenguaje duro podía ya sacudirse el letargo y apatía de muchísimos cristianos. Aquel tiempo litúrgico de Cuaresma podía ser para no pocos la última oportunidad de entrar en razón. Por lo demás, no resultaban menos fuertes y apremian– tes las llamadas con que la Iglesia se dirigía a sus hijos ya en el mismo comienzo de la Cuaresma, en los ritos y rezos del Miércoles de Ceniza: «Troquemos en cilicio y ceniza nuestras habituales vestiduras; ayunemos y lloremos ante el Señor, porque al- 32. - Témporas... 497

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