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de muchachas de servicio y de «nmas» dudosas. Ya tengo práctica en sacudirme de encima a los moscardones que ronronean por esos lugares; y en cuanto a lo que digan, me importa un pito. Pero ¡ me canso tanto de todo! »Ya sé lo que me va a decir: que nada de todo esto puede llenar mi alma; que busque algo más alto... Lo sé; pero... »Lo mejor es la lectura. Cuando leo, suelo olvidarme del mundo ! ¡Buena cosa ! Moncho me regaló unos libros de antología del Feijóo y de Aparisi Guijarro. Este últi– mo no me convence; pero el P. Feijóo dice cosas buenas. »¿Me mandará usted pronto lo del examen grafológico? Ya tengo ganitas. Y de que me cuente muchas cosas. Y de que me hable de cosas que no se oyen todos los días. Por regla gener;il, yo no oigo más que rebuznos en torno mío. (Hago honrosas excepciones). »Espero que no tardará en contestarme... ¡Ah! se me olvidaba: hace ya siglos que los pobres muertos no tienen noticias de mi persona... (Carmen se refería con esto a una víeja costumbre suya de escribir a los difuntos, desaho– gando con ellos sentimientos muy hondos de su alma. El P. Fidel le había tomado el pelo más de una vez por tan extraña costumbre). »Le saluda con cariño Carmen del Río». ¡ Cuánta diferencia entre esta carta, saturada de amar– gor, y la que le llegó al día siguiente al P. Fidel, fechada el 21 de enero ! «Muy querido Padre: Hoy, día de Santa Inés, la vir– gencita mártir de quien usted nos habló tan hermosamente en alguna ocasión, recibí su cartita, que me ha gustado muchísimo. Siempre recibo sus cartas con verdadera ilu– sión; pero ésta más que ninguna, pues ya sabe cuánto las necesito ahora. Con todo, no desatienda otras cosas por escribrime a mí, no quiero ser egoísta; ya sé que se acuer– do mucho de mí ante el Señor, y esto es lo que más im– porta; por eso, cuando buenamente pueda, me y no se preocupe por nada. »¡Ah! Y muchas por la estampina: ¡ es un sol! Ya la metí en el misal. »También yo, como usted, entoné varios «Te Deum» en 492