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»Así dice una v1eJa canc10n de la India; y bien la pue– de hacer suya el alma cristiana cuando siente la oscura y poderosa voz de la impureza, tantas veces simbolizada por un abominable reptil. ¡ Cuidado, mucho cuidado, que a su voz asoman los ojos de la muerte!» III Con sólo una fecha de diferencia le llegaron al P. Fidel dos cartas, inmensamente distantes en cuanto a su conte– nido. La primera venía de Asturias, y era de Carmen del Río. «20 de enero de... »Mi querido amigo (está así bien, ¿no?): »Recibí su carta. No la esperaba tan prontín, y me ale– gró muchísimo. Ha sido usted muy amable. También reci– bí el libro, que he empezado a leer... Lo hago con la mejor voluntad; pero no tengo ninguna esperanza de que él me dé la fe que necesito. Porque yo no dudo que la nece– sito. O, al menos, que viviría mejor si la tuviese. Si para mí existiera Dios, yo le ofrecería mi vida. Y de este mo– do no me parecería tan absurda y desesperante. »Pero ocurre que cada vez estoy más convencida de que Dios es una creación del hombre. Y no muy perfecta, por cierto. En todas partes encuentro de una manera bien patente la negación de Dios. Y yo no puedo creer en El... »Es la vida la que yo encuentro sobre todo odiosa, y no acabo de comprender cómo los católicos dicen que Dios, a quien tratan de presentar lleno de bondad y sabi– duría, es el autor de ella. No puedo explicarme por qué las gentes le tienen tanto apego a la vida. ¿Tan felices son? ¿Se encuentran enormemente satisfechas en este asco de mundo, lleno de mentiras, de sufrimientos, de bajezas y negaciones? Quizá, en contra de lo que a mí me parece, todo esto sea muy lindo. Si se encuentran bien aquí, es 490

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