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mido, en el fondo de su alma se imponía con voz podero– sa un afán, quizá inconsciente, de mantener muy perso– nal independencia en el pensar y en el vivir. Maria de la Gracia daba de buen grado al P. Fidel to– da la razón que tenía... Pero ¿qué era lo que él intentaba? ¿Acaso suprimir en sus almas juveniles toda clase de ilu– siones? ¡ No tenía derecho a exigirles que dejaran de soñar cosas bellas para el porvenir! ¿Qué mal podía haber en que ellas soñaran..., con tal de mantenerse siempre dentro del amplio recinto de una moral vigorosa, pero sin exa– geraciones ni ñoñerías? Ella no podía admitir que fuera lo mejor para realizar bella y cristianamente una vida, el verlo todo, desde el principio, con un mirar de viejos: triste y marchito mirar, que, según decían, era siempre dejado en los ojos del alma por el paso acelerado del tiempo... Como si el P. Fidel hubiese leído en la blanca frente de la joven terciaria, prosiguió: - Yo no quiero que renunciéis a soñar. El soñar, además de no «costar nada», puede contribuir a que se logren muy buenos resultados en la vida. No, no preten– do (ni podría tampoco conseguirlo) que ceguéis en el alma toda capacidad de ilusión... Pero ¡ si yo trato más bien de que podamos ilusionarnos juntos! No habló ligera– mente quien dijo: «A los pueblos no los 11an movido nunca más que los poetas; y ¡ay del que no sepa levan– tar, frente a la poesía que destruye, la. poesía que prome– te!» El mismo que terminó su discurso fundacional en el teatro de la Comedia de Madrid convocando a todos a integrarse «en un movimiento poético», para ir levantando su «fervoroso afán de España». »Si yo os he invitado a reuniros aquí, es también por– que quiero conmover vuestras almas poniéndoles delante afanes y empresas de la más alta poesía... ¡ Cómo me gustaría entusiasmaros a todas, para que de estas reunio– nes surgiera otro movimiento, también poético y juvenil (aunque modestísimo), que llevara incansablemente ade– lante el afán de preparar a Dios el puesto que le corres– ponde en las almas y en la vida! »Si he empezado mi tarea poniéndoos en guardia con– tra las excesivas y demasiado humanas ilusiones de la juventud, ha sido tan sólo porque no puedo consentir que 47
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