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«porqué» de que Dios nos haya impuesto la observancia de una cosa tan difícil. - Vosotros recordaréis - les decía a sus muchachos el Padre Fidel - al don Eugenio Larcos de Hugo Wast, que mencionamos aquí un día... El invocaba, para excu– sar ciertas cosas; a «la naturaleza, que también tiene sus derechos». Y no podemos negar que nuestra naturaleza humana está muy entreverada de apetencias carnales, y que la castidad se opone demasiado violentamente a los más fuertes instintos naturales del hombre. ¿Por qué Dios nos hizo así, si de veras quería que nuestro vivir se des– lizara en santa pureza? »Sentemos bien claramente que Dios no nos hizo a los hombres tal como somos ahora; lo que somos ahora es el resultado de haber estropeado en gran parte la obra de Dios con nuestro pecado... (Aquí el P. Fidel suministró a sus oyentes unas cortas y suficientes explicaciones so– bre el pecado original). »Lo que Dios pretende al imponernos la disciplina de la pureza es restaurar a fuerza de gracia y de virtud lo que el pecado en nosotros estropeó. Por la caída moral de nuestra especie pasamos de hombres espirituales a ser hombres carnales - «el hombre animal", dice San Pablo en su l." a los Corintios, no capta las cosas del espíritu de Dios,, - ; y todo nuestro esfuerzo de ahora ha de consis– tir en hacer una marcha al revés: pasar de hombres car– nales a hombres según el Espíritu. La carne tiene sus dere– chos, pero no todo lo que pide está puesto en razón. La carne es también de nuestra naturaleza, pero nuestra na– turaleza no es sólo carne. Nunca llamemos simplemente «naturaleza humana» a la «naturaleza de los potros sin domar», que decía don Filemón. »Ya entre los primitivos cristianos de la corrompidí– sima ciudad de Corinto había quienes invocaban, para ex– cusar sus carnalidades, esa teoría de «los derechos de la naturaleza». Querían presentar, por ejemplo, la fornica– ción como cosa perfectamente natural y explicable: así como los manjares son para el estómago, y el estómago para los manjares, así también los cuerpos, con su dife– renciación en sexos, son también para el ejercicio sexual del placer. »Informado de tales teorías el Apóstol, desde Efeso, 486
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