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el Padre Fidel, absorto en sus pensamientos, miraba des– de la ventana de su celda a aquel jardín conventual tan querido, y que se mostraba ahora talado de hermosura por la crudeza de la estación. ¿En qué pensaba el Padre? Segu– ramente, recuerdos de aquel año ya en agonía... Y segura– mente también, preguntas, proyectos y esperanzas para el año que iba a comenzar. ¡ Cuánto había soñado y luchado a lo largo de doce meses! ¿Podría rematar felizmente en León el nuevo período de otros doce meses que ya tenía al alcance de la mano? El sólo podía responder de una cosa: de su buena dis– posición de ánimo para seguir dando cuanto pudiera al servicio de Dios y de las almas de Dios. 4/7
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