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»Estoy bien. Y con menos fe cada día. Todo es men– tira. Todo es malo. Me encuentro exactamente corno el lobo de Gubia antes de amansarle San Francisco - el único Santo que me es simpático -, según canta Rubén Daría. Es realmente trágico pensar así a los veinte años, ¿no le parece? »Pero cuando se ha vivido, y se vive, con los ojos abiertos... Empecé considerando la vida corno una gran tragedia, y hoy pienso que la tragedia ha degenerado en FARSA. »Muchas veces recuerdo las conversaciones que soste– níamos los dos cuando yo aún estaba ahí... ¡Suerte que tienen ustedes, los que creen! Si yo creyese en Dios, en el «más allá»..., encontraría un sentido, un objeto para mi vida. »Mañana será Nochebuena. Todos andan por ahí muy contentos, recibiendo y dando felicitaciones. Para mí, ¿qué más da un día que otro? Hace un año estaba papá preso. Este año lo pasaremos juntos; pero sin mi hermano, que está trabajando en una mina de Mieres y no puede reunir– se con nosotros. El año que viene, ¿qué nos traerá? »De veras deseo que pase usted unos días muy felice~, y que el nuevo año le sea espléndido. »Escríbame, consolándome un poquitín: ¿lo hará? »Le saluda con verdadero afecto Carmen del Río». ¡ Pobre mujer!, tal fue la exclamación que se escapó de los labios del P. Fidel al concluir la lectura de esta carta. Verdaderamente, ¡pobre mujer! Era bien digna de lástima. En su misiva todo era sombrío; no había allí nada agradable, fuera de su aspecto material: buen gusto en la presentación, líneas rectas y bien espaciadas, letra originalísima, sobriamente elegante, que denotaba la gran personalidad de la autora, y, por último, la firma: una firma que podía hacer las delicias de los grafólogos por su tamaño, estilo y genialidad, mas sin caer en manías ni exageraciones absurdas. El P. Fidel se puso a contestar inmediatamente, tra– tando de enviar aquel poquitín de consuelo que se le pe– día... Mas, comprendiendo que poco podían lograr las pa– labras humanas para el total remedio de aquella mujer 475