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contemplar la otra, con sus aspectos melancólicos, con el pálido sol que la esclarece, y la ribera helada que la termina. Si nosotros, los ancianos, tenemos la frente tris– te, es porque la vemos». Estas palabras del pobre pensa– dor racionalista están muy bien. ¿Puede extrañar a nadie que los jóvenes, salvo raras excepciones de almas precoz– mente maduras, tengan de la vida una visión super– optimista y muy parcial? »Vosotras sabéis que vuestra juventud no puede du– rar siempre; sabéis que vuestra lozanía se irá fatalmente marchitando, como las rosas en su rosal, o una azucena en el búcaro ; sabéis que los años felices serán llevados por el inexorable curso del tiempo, como las hojas ama– rillentas son arrebatadas al árbol por los vientos del oto– ño... Sabéis de sobra todo eso, pero sólo teóricamente; aún no podéis tener más que muy reducidas y poco agu– das vivencias sobre la fugacidad de la vida... ; y se explica así el que, sabiendo todo eso que sabéis sobre lo tran– sitorio que es todo lo de aquí abajo, con ello prácticamen– te no contéis, y en vuestro fantasear ilusionado soñéis siempre vuestra existencia futura casi completamente fe. liz: sin una nube en el cielo, sin una sombra en la luz, sin ocasos en los días, sin una arruga en la frente, sin una espina en el corazón... »Y encima, todo a vuestro alrededor parece conjurar– se para manteneros en esos ensueños tan naturales, pero tan mentirosos. ¿Qué joven de dieciséis, de dieciocho, de veinte años, puede hacerse del todo insensible a los en– cantos de la vanidad, al dulcísimo mareo de observacio– nes, comentarios, piropos y cumplidos que oye por la calle, y en las reuniones..., y a veces hasta en el mismo hogar? (hay madres tan bobas que no sosiegan si no lla– man la atención de todos sobre lo «preciosas que están» sus hijas). Hasta alma tan angelical como Santa Teresi– ta conoció, y bien pronto, cómo embriagan de vanidad los elogios que se oyen cuando la vida empieza. «Para ulti– mar mi educación papá me llevaba varios días por se– mana a casa de una respetable institutriz... En aquella sala presenciaba frecuentemente numerosas visitas; y en– tonces yo no aprendía mucho. Con la nariz sobre el li– bro, escuchaba cuanto decían, aun lo que me hubiera valido más no oir. Por ejemplo, una señora comentaba que 45
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