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tara de entender lo que quería decirle, pues de seguro ella se explicaría muy mal. - Siempre me ha costado mucho hablar de mis cosas, y más todavía dar a entender mis sentimientos íntimos. En casa, y las amigas, dicen que soy muy cerrada, y unas veces me tachan de orgullosa, y otras de que soy insen– sible. Yo reconolco que soy bastante reservada, que ape– nas dejo traslucir lo que íntimamente siento; pero no es por afán de engañar o despistar, sino porque..., porque... tengo una invencible repugnancia a exponer ante cualquier mirada cosas muy mías. Temo siempre que no van a ser comprendidas mis cosas..., que se van a reir de mí, o que puedan tomar a broma lo que para mí tiene demasiada importancia. »Ese temor a hacer el ridículo, y a causar en los demás alguna impresión poco buena, me ha dominado siempre mucho, y me ata de manera que no me deja ex– pansionarme sino en muy contadas ocasiones... Pero yo creo que no soy reservada por orgullo; de orgullo o sober– bia tendré bastante, como todos, o quizá mucho, mas nunca he pensado que pueda proceder de ahí mi acusada actitud de reserva. En cuanto a lo de que yo sea insensi– ble, ¡ eso sí que me fastidia y llega en ocasiones a irri– tarme! ¡ Si supieran quienes dicen eso... ! ¡ Si fueran ca– paces de penetrar en mi interior! Pero va a ser mejor dejarlo. El hablar de aquella criatura se iba haciendo más cálido e insinuante por momentos. No costaba mucho en– tender que en su corazón había represadas muchas cosas hondamente sentidas, las cuales buscaban libre cauce ha– cia el exterior, para dejar aliviada al alma. El P. Fidel comprendió pronto que se encontraba en presencia de una de esas almas archisensibles, que, excep– cionalmente ricas y valiosas, resultan muy difíciles de en– tender para la mayoría, y que, por eso, pasan por la vida rodeadas de una casi general incomprensión..., contra la cual reaccionan ellas encerrándose en progresiva reser– va, fácilmente orgullosa, y no exenta del peligro de trans– formarse en un amargado resentimiento contra todos. La chica merecía ciertamente una bien cuidada aten– ción. Pero la gente que aguardaba su turno alrededor del confesonario podía empezar a impacientarse de un momen- 42

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