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había sabido pedirlos a tiempo, y se disponía a recibirlos en plena lucidez y con sincera piedad. »Después de escucharla en confesión, y recibir las sencillas confidencias de su alma, empecé a sentir por ella un tan hondo cuanto dolorido afecto. ¡Pobre criatu– ra! Tenía 23 años, se había casado a los 16, e iba a dejar a cuatro niñas sin madre en el mundo... En este mundo, del que ella estaba ya incurablemente hastiada, después de habérselo imaginado todo alegre y maravilloso. Había empezado a «conocerle» en películas, lecturas novelescas de tinte rosáceo, ensueños de la propia fantasía, adula– ciones o lisonjas del exterior. .. ¡ Había sido tan hermosa! Todos la admiraban; y quizá... ¡ todas la envidiaban! »Su breve experiencia de la vida fue terrible. ¡ Cuánta diferencia entre lo que ella había soñado y lo que le iba dando la realidad! Pero su corazón era noble, y no guar– daba rencor para nadie. Sentimientos de muy honda de– licadeza no le dejaban casi decirme que sufría mucho en el alma; y menos, indicarme con claridad la causa de ta– les sufrimientos. No le angustiaba nada el pensamiento de morir. ¡ Si no fuera por aquellas cuatro niñitas... ! El marido no se había portado mal con ella, pero tampoco había sabido darle lo que la exquisita sensibilidad de su corazón estaba calladamente pidiendo. En cuanto a las amigas y conocidos... , mejor era no pensar en ellos. Mientras su salud y su belleza y su situación económica estuvieron a buen nivel, las atenciones de todos no de– jaron de rodearla; mas cuando la tribulación y la en– fermedad se presentaron con señales de no querer mar– charse, fue como si nadie la hubiera conocido. En ho– ras de interminable soledad se iba consumiendo su exis– tencia... No podía ni besar a sus niñas; sólo podía con– templarlas de lejos, con dolorida ternura. »Así, pues, casi deseaba morir. Aguardaba a la muer– te con la dulce melancolía de quien perdona a todos, pero ya no espera nada de nadie... Y allí estaba, con sus 23 años, con sus ojos aún tan bellos, con su corazón tan no– ble, irremediablemente marchita. »Yo procuré hablarle lo más hermosamente que supe; y su delicadísimo corazón, en el que se habían clavado todos los desengaños, iba abriéndose al rocío del cielo como solitaria rosa después de noche triste. En sus ojos, 35

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