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la rigurosa perspectiva de la verdad, que a pesar de su elemental instrucción cristiana no saben dar a su vida el hermosísimo valor y sentido que Dios tiene derecho a exi– gir... » La voz del P. Fidel se había hecho extrañamente cá– lida e insinuante. Las cosas que iba diciendo le salían muy de lo hondo. Al hablar, apenas miraba a sus oyentes; sin rigidez alguna dirigía algunas veces su vista hacia adelante, hacia un punto indeterminado, como quien mi– ra sin ver, porque los ojos interiores del espíritu están absortos en la observación de muy otros panoramas. - Yo intento deciros la verdad, sólo la verdad, la verdad más fundamental y más bella: la que nos ense– ña a vivir en la línea de Dios. Y ¡ quién sabe si al contac– to con la verdad, algún alma de las aquí presentes des– pertará del fácil sueño de la disipación o de la indolen– cia para lanzarse sonriente hacia la altura! Yo no voy a transformaros, que ésa es una tarea intrasferiblemen– te personal; pero sí puedo ser la voz que os sacuda espi– ritualmente, lanzándoos a una venturosa empresa de trans– formación. Varias de vosotras conoceréis seguramente una hermosa rima de Gustavo Adolfo Bécquer, una rima que nos viene muy bien ahora. Escuchad: Del salón en el ángulo oscuro, de su dueño tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo, veíase el arpa. ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, como el pájaro duerme en las ramas, esperando la mano de nieve que sabe arrancarlas! »A alguna de las que aquí estáis ¿no podrá aplicár– sele muy bien esta pequeña anécdota del arpa de Béc– quer? Vuestra alma juvenil es como un instrumento ma– ravilloso, capaz de producir muy concertadas notas de la más alta música divina y humana. Por amor de Dios, y en servicio de nuestros prójimos, podéis hacer tántas co– sas bellas con vuestra juventud... «¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas!», suspiraba el doliente poeta sevillano. 32
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