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nían a decir que se acababan los sabañones en los pies, que en adelante se podría estar horas seguidas ante la mesa de trabajo de la celda sin sentirse semicongelado, y sin tener que frotarse enérgicamente las manos cada diez minutos para que pudieran sostener la pluma... ; venía a de– cir que ya no estaría uno acosado día y noche por la na– turaleza hosca, y hasta feroz, que ya el espíritu no ten– dría que permanecer como encogido frente a los días som– bríos y cortos, ni tiritar el cuerpo con los atardeceres gla– ciales o las madrngadas blanquísimas de los varios gra– dos bajo cero. Aquel airecillo templado y aquel inexplicable olor a primavera querían sobre todo decir que en adelante se podría ya contar con un verdadero sol en el luminoso fir– mamento, con inquietos pajarillos por los aires, con flo– res en el jardín, y hojas tiernas en los árboles, y rnmor de vida nueva por los campos... ¡ Y cómo alegraba todo aquello el espíritu y la sangre ! Dios había puesto muchas cosas bellas en el mundo; por todas ellas había que ala– barle con franciscana sencillez: «Loado seas, mi Señor, por todas tus creaturas... ; muy especialmente por nuestro buen hermano el sol, el cual hace el día, y nos alumbra con gran esplendor... »Loado seas, mi Señor, hasta por el hermano viento, y por el aire, y las nubes, y el sereno, y todo tiempo». Sí, pensó el P. Fidel, hay que alabar a Dios hasta por nuestro pobre hermano el desagradable invierno, pues él nos proporciona ocasión de hacer un poco de penitencia, de sufrir algo más por amor de Aquel que tanto sufrió por nosotros... ; y hay que alabar también a Dios por ese «tiempo malo», porque gracias a él logramos apreciar me– jor el don maravilloso de la PRIMAVERA. ¡La Primavera! ¿No es un gozo y felicísimo mila– gro este repetido resurgir de la naturaleza postrada? Todos los años, acabada en el otoño la recolección de los frntos, el Gran Espíritu del invierno empieza a des– cender del Norte, y durante los meses blancos de escar– cha o de nieve pasa ululando con estremecedores ecos sobre bosques y estepas, sobre picos y valles, sobre al– cores y llanadas... , hasta que lo deja todo encogido bajo una inmensa losa de frío. Sobre dicha losa realiza sus dan– zas el Gran Espíritu del invierno; los seres vivos todos 22
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