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El P. Fidel se veía ya ante una nutrida formación de almas juveniles, que se habían reunido para escucharle, y él empezaba a hablarles así: «Amigos míos: Paz y Bien. »Me presento ante vosotros con este saludo francisca– no de «PAZ y BIEN», porque vengo, efectivamente, con grandes ansias de haceros bien y llevaros hacia la paz. »No hay en el mundo tarea más hermosa que la de orientar a las almas por caminos de luz; y yo, que por elección y por oficio soy mensajero de la verdad, vengo aquí con la ilusión de ser para vosotros un genuino re– presentante de aquel Maestro Divino que iluminó con in– deficiente claridad los caminos de la vida y de la muerte... »Pensando en que debía dirigiros la palabra, he sen– tido durante estos días una extraña vibración, mezcla de alegría y de miedo. Alegría, por tener ocasión de hablar a almas auténticamente jóvenes, siempre dispuestas a generosidades e idealismos; miedo, porque tal vez no acertara yo a deciros las palabras que necesitáis, las pa– labras que mejor puedan llevar Luz y Amor a vuestra al– ma, todavía virgen para incontables posibilidades. »La gran ocasión de la juventud hay que aprovechar– la con ardorosa, pero también sensata avidez. Parece que luego, con el correr de los años, se van formando arrugas en el corazón, y llega a designarse con el respetable nom– bre de «experiencia» lo que no es más que corrosivo es– cepticismo, triste incapacidad para los arranques genero– sos, o verdadero desprecio hacia el afán de llegar a idea– les alturas. Bien sé que hay jóvenes con espíritu viejo, y viejos de temple joven; pero no es eso lo normal. «La vida es soplo de hielo, que va marchitando flores», ha di– cho un poeta; y lo triste es eso de «la marchitez». Todos sabemos que las flores no pueden durar siempre; pero la única salida decorosa para su ineludible transitoriedad de– be ser un ir transformándose en fruto, no un morirse de mustias... »¡ Amigos míos! : ¡ que el paso de la vida no marchite al– mas, sino que las transforme!» La tensión de este discurso imaginario, pero honda– mente sentido, se quebró de pronto; el cansancio se im– puso, y a las tres de la madrugada el P. Fidel se hundió nuevamente en la dulce inconsciencia de un buen sueño. 20
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