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prec1s10n, por su agudeza, por su brillo... Mas no podía sacar gran partido de toda esa inmaterial lluvia de estre– llas fugaces, porque buscaba ante todo cumplir con su deber, y su deber en aquellos momentos era atender a Dios y al desarrollo de sus alabanzas. Las estrellas fuga– ces pasaban... casi siempre para no volver: de no ser aprehendidas al vuelo y fijadas cuidadosamente en la me– moria, había que darlas por perdidas, aunque luego se hicieran no pocos esfuerzos de evocación. Se terminó el rezo coral. Todos, de rodillas, recitaron la oración final de alabanza y perdón: «A la sacrosanta e indivisa Trinidad, a la Humanidad de N. S. Jesucristo cru– cificado, a la fecunda integridad de la beatísima y glorio– sisuna siempre Virgen María, y a la universalidad de to– dos los santos, se ofrezca por parte de todas las criatu– ras sempiterna alabanza, honor, poder y gloria, y que a nosotros se nos conceda la remisión de todos nuestros pe– cados por los siglos de los siglos». A los pocos segundos comenzó un desfile de pasos apre– surados. En el corto trayecto desde el coro a la celda de cada cual, se procuraba andar de prisa, para ver si los pies entraban en reacción con aquel breve paseo. Una hora antes, los pies habían salido calientes de la cama; pero su calor lo habían dejado casi del todo sobre el pa– vimento del coro: era su humilde tributo de amor a Aquel que descalzo había pisado tan penosamente los duros caminos de la tierra. El P. Fidel de Peñacorada se despidió brevemente del Señor Sacramentado, que desde su insignificante escon– dite del altar tenía para todos una permanente vela de amor, y se fue también para la cama. Lo que le habían propuesto María de la Gracia y compañeras al final de la Asamblea, se empeñaba en ocupar su mente como una obsesión; y su mente seguía en aquel estado de extra– ña lucidez que siguió a la lucha contra el sueño. La imaginación trabajaba a pleno rendimiento, contemplando ya la puesta en marcha de los más hermosos apostolados... Era como un delirar optimista; y el P. Fidel no podía hacer gran cosa por suprimírselo. A la cabeza, que ya descansaba de nuevo sobre la almohada, bajo la cruz, no quería retornar el sueño tan penosamente despedido. Cavilar y fantasear era su trabajo forzado ... 19
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