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por el puritanismo, la Iglesia parecía demasiado artísti– ca... La Iglesia parece siempre retrasada en el tiempo, cuando en realidad se halla al cabo del tiempo; aguarda a que se consuma la marchitez del último estío. Tiene la llave de una virtud permanente» (cap. VIII). Evidenteménte la Iglesia, y todas las realidades tan humanas y tan divinas que dentro de ella caben y se mueven, no podría estar nunca de veras en la línea frívola y fugaz de la moda; pero si «tiene la clave de una virtud permanente», se debe lograr que en cada nueva coyuntu– ra histórica re remoce de tal manera, que, en vez de dar la impresión de «cosa ya muy vista» y, por tanto, sin in– terés, ofrezca a los hombres la atracción de ser algo ri– gurosamente actual y de mucho porvenir, con amplias posibilidades de nuevas experiencias y nuevas aventuras. ¿Hay algo más viejo que la madre Naturaleza, en cuanto a su existir? Y no obstante, sorprende cada año a todos los que sienten, con la gracia sin estrenar de una nueva primavera. Modas, no; pero dar siempre la impresión de haber quedado rezagados en el tiempo, tampoco; afán de no– vedades, por la sola razón de novedades, ¡ de ninguna ma– nera! ; pero también ¡de ninguna manera! la mediocre, cansada y fastidiosa repetición de «lo que siempre se ha dicho y hecho»... Poco antes de llegar a este punto de sus reflexiones, los cansados párpados del P. Fidel se habían cerrado so– bre las pupilas, sin pedir permiso a nadie, borrando de ellas los últimos destellos de las estrellas lejanas. También el pesado sopor del sueño cayó casi de golpe sobre su in– quieta mente; la respiración se fue haciendo profunda..., menos seguida..., algo más ruidosa... En el silencio de los claustros conventuales, casi del todo a oscuras, cayeron las metálicas voces de un vie– jo reloj : eran las once y media de la noche. Sobre la cabeza dormida del P. Fidel de Peñacorada pendía colgada de la blanca pared, una escueta cruz de madera. 14
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