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II Aquella noche el P. Fidel de Peñacorada tardó no poco en dormirse. Todo su espíritu se agitaba inquieto e ilusionado en torno a la propuesta de las jóvenes ter– ciarias, mientras el cuerpo, rendido por el copioso aje– treo del día, buscaba descansar sobre su dura cama de franciscano-capuchino. Intencionadamente (o por descuido, que ya no es fá– cil saberlo) había dejado sin cerrar las contraventanas y, así, sin levantar de la almohada su cabeza, podía distin– guir varias estrellas a través de los todavía no muy em– pañados cristales. Al aire se le adivinaba purificado por la baja temperatura, y de tan lograda transparencia, que en el frío firmamento de febrero la claridad de las es– trellas parecía acabada de estrenar. Lejanas y solemnes, imperturbables y firmes, ellas hacían lo que tenían que hacer: lucir material y simbólicamente sobre la negrura de la tierra, por encima del oscuro y complicado mundo de los afanes humanos. Mirándolas, el P. Fidel sintió de nuevo aquella fie– bre de altura con que tantas veces se había estremecido su alma desde los años aquellos en que la juventud se im– puso por todos los ámbitos de su ser haciéndole sentir el aleteo de unas extrañas bandadas de apetencias, ensoña– ciones y nostalgias, que se le iban volando confusamente hacia todas las rutas de las tierras y los cielos. El quería estar también alto como las estrellas, aunque no tan le– jano y solemne corno ellas... El estaba en el mundo, y sus pies no podían eludir el contacto con el suelo; pero él quería tener luz, y darla... Quería que su pasar por la tie– rra fuese dejando una estela luminosa por la que se guia– ran numerosas almas para dar con el seguro camino del cielo. ¿No podría ser hombre-estrella? ¿O, mejor aún, hombre-llama, para calentar y esclarecer? Sin saber cómo, se le vinieron a la mente unas bellas palabras pronunciadas años antes, con ocasión de encon– Jrarse la Patria en el trance más difícil: «Nuestro sitio ~stá al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y' :en lo alto, las estrellas»... Tales palabras habían resultado de mágico poder; y 12
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