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474 P. PÍO DE MOJS;DREG.l\J'1ES lo tiene por ma'estro y consejero; Ati Joannes se cubre el rostro por el temor de cruzar su mirada con la de su víctima; los sacerdotes indígenas le siguen como maestro; los fieles le aman como padre y lloran su ausencia. El prestigio y venración de que gozabn ant'2 los grandes y los humildes procedía de sus Gualidades personales, de sus obras apostólicas y, principal– mente, de su santidad heroica. El móvil principal del dinamismo del Massaia, el secreto d'e su vida apos– tólica era la caridad universal y sobrenatural. En sus Memorias escribe: "¡Oh!, yo amo a todos en Jesucristo, y tanto a bfrrbaros como a civiles con– sidero como hermanos; y .si tuviera otra vida que consumar, sin la menor duda la sacrificaría gustoso por su conversión, por su salud, recordando las pala– bras del apóstol: Charz'tas Christi 11rget nos'' (41). Como sacerdote ejercita la caridad con las almas, y como médico procura hacer bien a los cuerpos. El señor Kisti, a qui'en ha curado de la enfermedad, le ruega que cur'e también a sus mujeres. Massaia responde: "Caro Kisti, como el sol nace para todos, así a todos sirve la caridad cristiana; haré con tus mujeres lo que he hecho por ti, sin esperar la mínima recompensa" (42). Aun en medio de las pers•ecuciones, del odio político y de los destierros, los ad– versarios admiraron las virtudes del varón apostólico, cuya ambición era las almas y el martirio. De la caridad procedía la fortaleza de ánimo para afrontar tantos peli– gros y luchar contra tantas dificultades de todo género. Sale de una prisión y lu•ego cae en otra; ha terminado un destierro y luego se expone a un se– gundo; ha huído de las manos de un enemigo y se aventura a encontrarse con otro. Ni los peligros de mar y tierra, ni los feroces animales, ni los temibles enemigos, ni el sol, ni 'el frío, ni las lluvias, ni el árido desierto, ni la escar– pada montaña, ni la enfermedad corporal, ni las angustias morales, detienen al esforzado apóstol. De esta sublime fortaleza algo nos revela un.a ingenua confesión hablando de los padecimientos sufridos: "Están encerradós--escri– be-en mi corazón los sufrimientos y las contrnriedades de toda clase que sufrí en los muchos años de apostolado entre los bárbaros, y estoy cierto que sin una ayuda especial de Dios no hubtera podido perseverar en aquella fati– gosa vida. No obstante, si tuviese todavía fuerzas, la emprendería de nuevo; pero sólo por amor hacia los desventurados hermanos, por la esperanza de un pr'emio eterno y porque no me faltada la asistencia divina" (43). A los sacrificios inherentes a su vida apostólica añadía todavía peniten– cias voluntarias y practicaba actos de mortificación, a veces con sus jóvenes seminaristas, para atraer las gracias sobre la Misión y sobre los pecadores. Escribiendo al General de la Orden, anunciando la muerte y ponderando las virtudes de monseñor Felicísimo Coccino, entre otras cosas dice: "Revdmo. Pa– dre, yo aquí no gozo de los honores que en Roma tiene su hermano !•ego, y mi comida alguna vez puede llegar a igualar la comida del convento en Vier– nes Santo. Aquí tenemos 'el ayuno terrible por número de días y por la cuali– dad de los manjares. Tenemos ayuno todos los miércoles y viernes; la cuares– ma de cincuenta y cinco días; el ayuno de la Asunción, quince días; el de (41) J\IASSALI, Memorie, tomo l. -(42) Il!írl., tomo IV, ¡,úgs. 4-5. (4:l) Cf. <1EXT1LE, o. f'., púg. 4°1:t

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