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458 P. PÍO DE MONDREGANES son conducidos pns1on'eros y maltratados por la soldadesca. Fueron cuatro días de sufrimientos físicos y de agonía moral; la única consolnción era recitar el rosario de los afligidos y la jaculatoria f 1at va/untas. El pobre obispo se creía ya perdido. El ras Ali recibió a Massaia con honores y le trató con afa– bilidad; gozó por algún tiempo de su hospitalidad y entabló relaciones con él. para V'er si lo convertía, pero todos sus esfuerzos no dieron resultado, porque el ias, aunque cristiano, había recibido una educación musulmana. Ras Ali, para no crearse dificultades a sí mismo ni p<'ligros a Massaia, no le concede pasar a la Misión galla po·r el Goggiam; le aconseja más bien de volverse a Europa y tratar con el Gobi•erno francés para que le apoyase en su empresa; mientras tanto él procuraría arrojar los abunas herejes de su te– rritorio. l\liassaia, viendo frustradas todas sus esperan7é1S, y temiendo las insi– dias del obispo cismático Salama, con gran dolor determina volV'er atrás. En compañía del padre Justo y del hermano lazarista Filippini, en enero de 1850 emprende el viaje hacia la costa, llega a Umkuller, cerca d•e l'viassaua, donde encuentra muchas personas amigas y al misionero padre León des Avanchers. Fueron muchas las peripecias y los sufrimi',=:ntos de este viaje, pero, por razón de brevedad, prefiero solamente dos. No obstante todas las precaucio– nes para huir de los espías de Salama, después de pasar el río Tacazzé se de– bía pasar la aduana, donde estaba un cierto Agirisch, amigo y pariente del 1\buna, por tanto, persona peligrosísima para nuestro misionero. Massaia, ante el p'eligro, se corta la barba, se tiñe la cara con una solución de nitrato de piata, se pone una camisa sucia, unos pantaiones rotos y se cubre con una tela grosera. Da instrucciones a los siervos que le acompañan, y con la con– fianza en Dios s'e dispone a superar el peligro. El Agirbch en persona pregunta a los siervos si saben dónde se encuentra el Abuna Mesías. Responden que habían oído que l·e esperaban en Gondar. "~Y quién es ese extranjero?" ' ¡ Puf!--responde uno de los siervos con ademán de desprecio - . Es un medio loco que ni siquiera sabe hablar; le acompañamos por compasión". A 'esas pa– labras los aduaneros se alejaron y pasaron tranquilos. Massaia estaba en salvo. Continúan su viaje por el camino de Amasén, y en un pueblecito se hos– pedan en la casa de algunos pastor'es. l\.1ientras toman un poco de pan y leche oye la conversación que tenían con los si'ervos y comprende que se encuentra entre los pastores de Salama. El peligro es inminente. No se puede perder tiem– po: es necesario salir de noche con la luz' ele la luna. Caminando a través de un bosque de bambues, dejó atrás a los compañe– ros y se adelantó algún tanto para decir solo ]a¡, oracion'es, e iba cantando a medía voz las letanías de la Virgen; mas he aquí que cerca del sendero apa– ree<' un gran leop;:irdo. ¿Qué hacer solo y de noche ant'e aquel animal? Todo lleno de miedo y temblando de pies a cabeza se cubre totalmente con una tela, d'ejando sólo un agujerito para poder observar los movimientos de la bestia feroz, toma en su mano el crucifijo, permanece inmóvil y se encomienda a Dios. "El leopardo--<lice él mismo en sus Memorias-llegó a tres o cuatro metros de distancia y s'e paró a mirarme. Y como era la primera vez que me ocurría este desagradable encuentro. de noche y solo, el corazón pulsaba tan fuerte que, si hubiese durado más tiempo el peligro, no sé qué cosa m'e hu-

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