BCCCAP00000000000000000000392

PROBLEMAS MiS!ONAL'S .¡57 por Salama, d'eterminó volver a Massaua. El prefecto De Jacobis. el clero, los cristianos, todos, lloraban por la separación. ¡Cuánto le fué doloroso y triste el regreso! Massaia, después de un viaje relativamente bueno, llegó a Massaua; pero, no pudiendo permanecer "en paz por las persecuciones, pasó a Adén; después, dejando la costa arábiga, se dirigió a Zeila, donde se detuvo tres meses indagando noticias sobre la situación interior del territorio abisinio y buscando una vía para pod'er llegar a su Misión. Por el bien de la Misión y por CDusa de la gueua entre 2bisinios y turcos, urgía consagrar obispo a monseñor De Jacobis; Massaia pudo vencer la vo– luntad de aquel santo misionero, que tantas veces había renunciado a la digni– dad episcopal. Rápidam'ente transforman en catedral una habitación de la casa; se improvisan dos altares con cajas sobrepuestas, se prepara el trono, las si– llas, etc., como se puede. Cuatro candeleros sobre el altar mayor, dos sobre el peqU'eño. Mientras se terminan los preparativos, Massaia instruye en las ceremonias a dos sacerdotes indígenas que no .sabían servir la misa en rito latino; fray Pascual hace de sacristán con pistola en mano y próximo a la puerta de la habitación, para alejar el asalto de los musulmanes. El día 7 de enero se empezó la pomposa función. ¡Cuanto fué sencilla y pobre, tanto más fué conmovedora! Consagrante y consagzado al Prefacio no pudieron conte– ner las lágrimas ... La gracia d·el Espíritu Santo descendió no me~os abundante en aquella capilla improvisada que en las suntuosas basílicas romanas (8). Massaia, desafiando todos los peligros y aun la misma muerte, intenta de nuevo entrar en su Misión. Se corta la barba, se quita todo distintivo eclesiás– tico, se disfraza d•e árabe, cambia su nombre por el de Antonio Bartorelli y, acompañado de dos siervos y un sacerdote indígena, el 5 de junio de 1849 deja Massaua y s'e dirige a la Misión. El disfrazado mercader Bartorelli llegó al campo de Ubie (quien ant'es le había arrojado de sus Estados) y se apre– sura a enviarle algún don y pedirle audiencia. El príncipe recibe en presencia de sus oficiales al desconocido Bartorelli, quien l•e entrega una carta en la que le declara ser él mismo el Abuna Mesías que arrojó de la Abisinia, y se pre– senta de esa forma al príncipe gen'eroso y de buen corazón. Admirado el ras de la audacia y franqueza del misionero, se mostró dispuesto a favorecerle, le trató bien, le proporcionó un guía y le dió cartas de recomendación para los jefes que encontrara en su camino, y le dijo: "Vete, pero recuerda que soy tu amigo". Diez días después Uega a Gondar, donde, por traición, es de– nunciado. Una hora después comparece ante el Tribunal, compuesto de doce jueces. "¿Qué cosii queréis de mí?", dice Bartorelli. ''Tú has entrado esta no– che •en la ciudad por no pagar el tributo, y cuando te lo pidieron has amena– zado con tus armas. Pagarás 100 táleros o serás encadenado". Bartorelli des– embolsó inmediatamente la suma, dejó la ciudad y continuó su penoso viaje por Debra-Tabor a Guradit. Pasa el río Bascillo, y en Tadba-Mariam se en– cu•entra con dos compañeros de Misión, los padres César y Justino. Consolado con tan feliz encuentro, prosiguen la marcha por le. vía de Uolle-Galla, lle– !=fªndo a los confines de Scioa. Mas he aquí que llega una orden del ras Ali de conducirlos a su campo. Por unn mala interpretación del mandato del ras (8) Cf. C. '.rEnzonro, o. c., ¡¡úgs. 71-74.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz