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422 P. PÍO DE MOMJREGANES cial. La moral y el dogma son siempre y dondequiera iguales. Pu•ede cambiar en lo que es accidental y externo, como el derecho, la· liturgia y las cosas dis– ciplinares. Pero las modificaciones deben proceder de las autoridades com– petentes bajo la dependencia de la suprema autoridad de los Pontífices ro– manos. Observemos que la adaptación no es disminución. Cuando la Iglesia s'e acomoda al genio, a los usos y costumbres de algunas gentes, no se debe caer en el ridículo, no se debe r·etroceder a lo imperfecto, no se debe disminuir el patrimonio de bienes y perfecciones que ha adquirido durante el espacio de veinte sigíos. Se r'equiere en los misioneros y misionólogos prudencié, para explicar y aplicar los principios de adaptación. La historia e.le las ]\iiisiones nos enseña que no todos ni siempre la comprendieron perfectamente. No faltaron rigo– rismos y laxismos que impidieron o, retardaron la expansión d'e la Iglesia. Para evitar desviaciones es necesario seguir siempre el faro luminoso de la Cútedra de Pedro, que guía la navecilla por las rutas seguras que conducen al puerto deseado. Su Santidad Pío XII, en varias ocasiones, ha tratado de esta cuestión tan importante. En la Encíclica Summi Pont1¡-icatus (52), en la alocución a los representantes nacionales de las OO. MM. PP. el ai'í.o 1944 (53) y en el dis– curso d Congreso de Ciencias Históricas del 7 d2 septiembre de 1955, dke: "La Iglesia tiene conciencia de haber recibido su misiór: y su deber pata todos los tiempos y para todos los hombres, y por esto no debe estar sujeta a nin– guna cultura determinada. La Iglesia católica no sé identifica con ninguna cul– tura determinada: no se lo p'ermite su naturaleza. Ella, sin embargo, está dis– puesta a mantener relaciones con todas las culturas. Reconoce y deja existir lo que en ellas no se opone a la naturaleza. Pero •,~n cada una de ellas intro– duce, además, la verdad y la gracia de Jesucristo". Terminamos con las palabras de la Encíclica misionera Euangdii Pracco– rzes, del 2 d•e junio de 1951: "Ha sido siempre norma seguida constantemente desde el principio de la l¡Jlesia que el Evangelio no tiene por que destruir lo que hubiere de bueno, de hon'esto y de bello en la índole y en las costumbres cie los ,;arios pueblos que lo habían abrazado. La I¡Jlesia, al conducir a ios pueblos a una civilzación más elevada bajo ·el influjo de la religión cristiana, no se comporta como quien abate una selvn lujuriante, sin nin¡Juna distinción, sino más hien como quien injerta nuevos sarmientos, sanos en las viejas cepas, para que pu;:dan, a su tiempo, producir frutos más 'exquisitos y delicados. La natural•eza humana, aunque viciada por el pecado o'riginal, conserva todavía un fondo naturalmente cristiano (54) que, iluminado por la luz divina y plasmado por la ¡Jracia, puede ser elevado a ejercitar tales actos de virtud que merezcan la vida eterna. Por eso la Iglesia no d•esprecia ni rechaza completamente el pen– samiento pagano, sino que más bien, despues de haberlo purificado de toda escoria de error, lo completa y lo perfecciona con la rnbiduría cristiana (55). (:í:.!) .1. A. 8., rn:m, pág. 429. (5:J) A.. • ·l. s., 1D44, ¡JÚg. 210. (:í4) ('f. TEinTL., .lopouet., cap. XYII, ::IL L., 1, ::77, .\. (5;j) 1 _J. _-L S., 1001, t01no 4:~, vúgs. fi21-G22.

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