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420 P. PÍO DE MOc;DRFGA!'iES í. Clero y jeran¡uía local.~-Uno de los problemas más agitados en nues– tros thmipos es la dd clero indígena o local. En la Edad Media no se trataba t,into de '2sta importante cuestión. La planfalio Ecc/esiae en los territorios de Misión no preocupaba tanto ni a los Pontífices ni a los misioneros. Sin em– bargo, no podemos afirmar que SE> descuidara por todos. Por las cartas de Iv1ontecorvino nos consta que había cGmprado e instruido a unos 40 niños de los siete a los once años, los cuales eran consid'erados como oblatos, como se hacia también en Occidente. Algunos opinan que Montecor– vino intentaba formarlos en orden al sacerdocio. No consta que consiguiera Sl! intento, porqu'e noí se habla de sacerdotes católicos indígenas en China du– rante aquel tiempo. Sea porque ]05 misioneros no urgían, sea por la brevedad del tiempo para la preparación y ordenación de sac.crdotes, la realidad es qu'e llegó la perse– cución de la dinasfü: Ming, y la iglesia de China, ya numemsa y siempre en aumen:o de conversiones, no llegó a plantarse en aquel dilatado país. A causa de la persecución expulsaron a los misioneros, y, poco a poco, el cristianismo fué desapareciendo. Clemente V, en el año 1307, por la bulu .Rc:x Rcgnum, nombraba a Mon– tecorvino arzobispo de Khanbaliq y patriarca de todo el Oriente y le concedía facultades para consagrar obispos sufragáneos (48). Con la muerte de Nicolás IV (1292), el largo int'erregno que siguió a la elección y abdicación de Celestino V y a la elevación al Pontificado de Bo– nifacio VIII, y diticultades políticas, hicieron pasar las l\!Iisiones orientales a un segurido plano. En 1318 Juan XXII volvió de nuevo sus ojos al Ori rnte y creó la sede arzobispal con jurisdicción sobre toda la Persia y la Armenia en la nueva capital del Irán, Sultanyen. Su titular fué el dominico Franco de Perusa, misionero benemérito en aqu•ellos países, hombre de gran santidad y doctrina. Para tan vasto territorio deliberó durle seis sufragúneos, que espera– ba nombrar para ayudar al nuevo arzobispo (49). Pero todos los obispos que trabajaban en aquellas vastísimas regiones fueron occidentales. Ni entre los misioneros franciscanos ni entre los dominicos consta que se formase el clero, menos todavía la jerarquía inciígena. ¿Pué por falta de ini– ciativa o por falta de tkmpo? ¿Por qué no se dió 'ese paso para asegurar la Iglesia en Oriente? Muchas causas se podrían alegar. En primer lugar, el problema, aunque urgente, no era claro como hoy. Los Pontífices de aquella época no urgían como los d'el siglo xx. Los obreros que trabajaban en la viña eran insuficien– tes para la ingente empresa. ¿Cómo era posible, dice Soranzo, conservar por mucho tiempo con pocos misioneros relativamente una organización eclesiás– tica o regular apostolado cristiano, que se •extendía desde la Rusia al Extremo Oriente; que desde la India y la Etiopía, a través de los países de conquista fJiabe, se dilataba hasta Marruecos, en re9iones y pueblos tan diversos por costumbr'es, por tendencias y en gran parte muy poco dispuestos a aceptar la ley cristiana?... A esta excesiva extensión de la obra misionera, a la cual no correspondían medios adecuados, el consentimiento y la voluntad de aque- (4/s) Cf. EFBEL, J:ullar., tomo Y. lJÚgs. 37-'.lS. 00) Cf. R1POLL, B1111. Onl. Praedicatorum, tomo II, ¡,:tgs. 1'.l7-1!3S.

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