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PROBLEMAS MISIONALES 27 l\'.lisiones, sino también, desgraciadamente, en países cristianos que por siglos yacen como ovejas sin pastor (22), y no sentir 'en sí el eco profundo de aque– lla divina conmiseración que tantas veces conmovió el Corazón del Hijo de'. Dios? (23). Que existan tantas almafl en el mundo que se pierden por nues– tra neglig'encia1 o falta de generosidad es una responsabilidad en la cual quizá n::i se piensa lo suficiente. Atención a la voz de Dios, que puede ser que nos exija más. ¿Por qué después de tantos siglos de cristianismo existen todavía tantos millones de paganos y de herejes? Cierto que es un secreto de Dios en el cual no podemos penetrar, pero no olvidemos que la gracia divina re– quiere la cooperación humana. Preguntemos todos, especialmente los sac'er– dotes, a nuestra conciencia apostólica, si hemos sido siempre generosos en nuestra coop'eración a las l\1isiones: con la oración, con el sacrificio, con la limosna, con el fomento de vocaciones, con la pluma, con la predicación, con la propaganda, con el estudio, con la formación, con la vida, haciendo nues– tras las, palabras del apóstol: Ego ltbentissime impcndam el super impenclam ipsc pro aninwbus Pcstris (24). No sólo como hijos de la Igle-5ia, sino también como hijos de Espafia, se impone para nosotros el estudio científico de las Misiones para seguir los ejemplos de los célebres¡ misionólogos que nos precedieron, entre los ct1ales, por razón de la brevedad, sólo mencionamos a los dominicos Raim undo de Peñafort, Raimundo lvfortí, el terciario franciscano Raimundo Lulio, los fran~ ciscanos Focher y Valadés. el jesuita José Acosta y el carmelita Tomás de Jesús. Como sacerdotes de Cristo e hijos de Espafia misionera. que ganó in– numerabh!s almas para Dios y nuevos mundos para la Iglesia, que plantó la cruz en multitud de pueblos y naciones que doblaban su rodilla ante danes y fetiches... "Dios -dice Menénde;:; y Pelayo-- nos dió el destino más alto entre los destinos de la historia humana: el completar el planeta, el de bo– rrar los antiguos linderos del mundo. Una rama de nuestra raza forzó el cabo de las Tormentas, interrumpiendo el suE'ño de Adamastor, y reveló los miste– rios del sagrado Gang'es, trayendo por despojos los aromas de Ceilán y las perlas que adornaban la cuna del sol y el tálamo de la aurora. Y otra fué a prender en tierra intacta aún de caricias humanas, donde los ríos eran mares y los montes veneros de plata, y en cuyo h•emisferio brillaron estrellas nunca imaginadas por Tolomeo ni por Hiparco. Dichosa aquella edad de prestiuios y maravillas, edad de juventud y robusta vida. España era y se creía el pue– blo de Dios, y cada 'español, como otro Josué, sentía en sí la fe y el¡ aliento para derroca·r los muros al son de las trompetas, o pnra atajar al sol en su carrera" (25). "No sería decoroso---escribía Benedicto XV en la carta diri– gida el cardenal Benlloch con ocasión de la fundación de este S•eminario-, (22) :\L\TTH., lX, ;\(i, (2:\) Litt. Enc:ycl. Ad c:atholiei sa(•Pnlotii, ,\et. c\v. ~(•d., l!l:lli, tomo XXYlll, p,1- gina :L (24) TI ('or., XII, 13. (2;i) <'f. Ileterodo.tos, tomo \"lf, ¡,úg. :í1:l, Obras 0ornplt>tas, <'(1. :\f. ,\rtigas. :\Ia– drid, rn::2.
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