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282 P. PÍO DE MO:S:DREG,;NES programa es establecer la Iglesia en todo el mundo para ~alvarle y santifi– car!\:. No busca intereses patrios o raciales, a los hombres de color blanco o amarillo, negros o mulatos: busca las almas redimidas con la sangre de Cristo. Lo mismo le da que sean chinos o africanos, europeos o americanos, judíos o gentiles; porque ya no hay distinción entre judío y gentil, dado que uno mismo es el Señor de todos, espléndido para con todos los que le invocan. Porque todo el que invocare el nombre del Señor, será salvo" (55 J. Si los misioneros occidentales predican el Evangelio a los indios, japone– ses, chinos, indonesios, etc., dii:en qu'e la religión católica es occidental, europea, extranjera para ellos. Vuestra religión serú buena, pero para vos– otros. Nosotros ya tenernos la nuestra ... Esto es ignorar completamente la natun!eza d•e la religión cristiana y la finalidad de los misioneros. Es necesario persuadir la necesidad de la reli– gión católica y los fines que pretenden los rnision'eros. El reino de Jesucristo trasciende el orden creado y necesariamente se halla en un plano superior. Es un reino visible, p'ero sobrenatural en su origen, en sus fines y en s,us me– dios. En virtud de su universalidad, no conoce confines nacionales, raciales, políticos, civiles, geográficos, culturales o d'e otro género cualquiera. Esa so– ciedad divina sobrenatural y sobrenacional es para todos sin excepción. Se adapta a todas las gentes y a todos los territorios. Nunca ha pensado ni pien– sa cambiar las características de cada pueblo; es compatible con toda clas'e de civilizacic~n, culturas y costumbres, con tal que no sean contra el dogma y la moral. El afán de ganar almas le hace abajarse y acomodarse a todos, y se somete a todo lo que no \:'.s pecado. Esta es la doctriria de los últimos Pon– tífices en las grandes Encíclicas misioneras como !11aximum illud de Bene– dicto XV (56), la R_crnm Eccksia de Pío XI (57) y la Evangc/ii Prneconcs de Pío XII (58). El misionero <l'ebe tornar como dichas para sí las palabras de San Pablo: "En nombre, pues, de Cristo somos embajadores, como que os exhorta Dios por medio de nosotros" ( II Cor., V, 20). "Con los. débiles me h•e hecho débil, para ganar a los débiles" (I Cor., IX, 22). Por consiguiente, aquella región, a la cual va a llevar la luz del Evange– lio, debe el misionero considerarla como otra su patria y ama·rla con la de– bida caridad; no buscando las conveni'encías terrenas ni los intereses de su país natal o de su religioso Instituto, sino más bien lo que convenga a la sal– vación de las almas. Ciertamente que ha de amar con intenso amor a su país y'' a su Instituto, pero con más ardiente afecto ha de amar a la Iglesia. "La Igl'esia, desde sus orígenes hasta nuestros días, ha seguido siempre aquella norma sapientisima, según la cual, el Evangelio, que han de abrazar los hom– bres, no destruye ni 1.:mortigua todo lo que de bueno, honesto y hermoso po– sean las varias estirpes humanas, derivado de la índole propia y del ingenio peculiar de cada una" (59). (:i:i) Jto111., X, 11-1:l. (;;nJ .L .1. s., mm, ,rn¡.4;;;;_ (07) A . .,t, 8., W2G, GG-s::. (:iS) .1. A. S., m51, 4D7-528. (;-,n) l 'f. L'1 (fllflelii l'rttecunes, L ~L ~~., 1U01, to1no 4;;, vúgs. f>21-G22.
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