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¡ 7..¡ P. PÍO DE :.10::--:IH~EG.?t;-.F.> a toda la Orden, entre otras cosas, se decía: "Aquí se suministra a los alum– nos la comodidad y oportunidad de aprender las lenguas necesarias al impor– tante ministerio de misionero apostólico; aquí se cultivan las ciencias teológi– cas ya estudiadas con conferencias periódicas; aquí, con la regular observan– cia de nuestra Orden, se alimenta el 'espíritu y en la oración especialmente se experimenta una vocación tan sublime. Las santas intenciones del Supremo Jerarca, Vicario de Cristo eru la tierra, y sus concebidas ~speranzas en la ins– titución de este Colegio, las peticiones de varias partes, la necesidad de tan– tas almas, que cuestan nada menos qu'e la sangre del Hombre Dios; el decoro de nuestro Instituto, tan benemérito de las santas tviisiones entre pueblos bár– baros, infieles y herejes, son motivos muy fuertes para ~xcitar todo el celo de nuestra alma a favor de cuantos se digne el Señor de invitar a la gran obra de las Misiones en esta s'eráfica Orden encomendada a nuestros cuida– dos". Continúa la carta invitando a todos los que han terminado regularmente sus estudios y a todos los' demás jóvenes que no hayan pasado los treinta y cinco años de edad. Las instancias debían dirigirse dir'ectamente al padre ge-– neral y reprobaba cualquier insinuación que, directa o indirectamente, se hicie– ra en contrario (24). El día 3 de septiembre de 1841 la Sagrada Congregación aprobaba los Estatutos del Colegio d·e Roma. En muchos puntos son iguales a los Cole-– gios o Seminarios de Misiones fundados en el siglo xvn. Entre otras cosas se determinaba que los candidatos debían ser de vida edificante, haber ter– minado los estudios de Filosofía y Teología, y tener el titulo de predicador y confesor. Los estudios versaban acerca de las lenguas y las ciencias más n·ecesarias a las l'.viisiones, con ejercicios prácticos y conferencias oportunas, Se observaba la perfecta vida común, según los Constituciones, y los candi.. datos estaban obligados a morar en el Colegio por lo menos dos años (25), Son verdaderamente interesantes las vicisitudes históricas d'e este Colegio de San Fidel en cuanto a las diversas sede~, que ocupó y respecto al régimen in– terno y al personal. En él 'enseñaron, habitaron, pasaron o estudiaron ilustres misioneros capuchinos. No es posible hacer aquí mención de los méritos de ec:da uno de ellos, pero queremos recordar a uno de sus rectores, el padr•e Anastasia Hartmann, vicario apostólico de Patna y Bombay, ilustre en ciencia y santidad, y reor– ganizador de nuestras Misiones; al padre Roque de Ctesinale, lector del Co~ legio por varios años, que escribió en tres volúmenes la Historia de las Mi– siones Capuchinas, y, finalmente, a un alumno de nuestra provincia de Cas– tilla, el padre Jacinto María de Peñacerrada. Este insigne capuchino huyó a Francia cuando la exclaustración de 1836; en el año 1843 pasó a América y ejercitó el apostolado 'en Méjico, Venezuela y Cuba; en 1858 regresó a Europa y, deseoso de la vida conventual, fué a Roma. El ministro general le ncmbró lector del Colegio de San Fidel, y en el consistorio del 27 de marzo d'e 1865 fué preconizado obispo de San Cristóbal de la Habana. Asistió al Concilio Vaticano y, regresando a la sede, recibió la noticia de que había (24) Cf. EDt'.\JUJ¡-,.; ,\LExcox1,:x,.;1;4, Col/egii 8. Fidelis pro Jlissionibus Ord. FF. Min. ('a¡i. co11g¡iecl11s hislori,•us, vúgs. ::-4, Romn, Ul2(l. (2:i) Cf. Il,íd.. ¡,:',gs. !l-12.
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