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4 P. PÍO DE MONDREGANES grandes cns1s ético-sociales y político-religiosas, los pueblos vuelven su mi– rada hacia Roma, y Roma, cual madre cariñosa, extiende clemente sus bra– zos para abrazar al. mundo entero, colocarlo sobre su regazo maternal, ilumi– narlo con los esplendores de la fe y ,llimentarlo con la savia divina de ia gracia. Desde las alturas del Vaticano siempre han irradiado rayos de luz y de vida qu'e alumbran y vivifican la materia inerte de los pueblos incivilizados. Para convencerse de ello bastaría hojear las páginas de la historia de la Igle– sia, a través de las veinte centurias que lleva de existencia. Des<l'e San Pedro hasta el Pontífice felizmente reinante no se ha interrumpido jamás la acción •eminentemente apostólica y evangelizadora que J esucrlsto encomendó al Pon– tificado. Notamos, sin embargo, que, desde la primera mitad del siglo x1x a esta parte, se observa un renacimiento misional, iniciado por el Papa teólogo y orientalista Gregorio XVI con la Encíclica Probc nostis. Continúan\ y co– rroboran luego es'e resurgimiento Pío IX con la Enciclica Urbis et Orbis, León XIII con los áureos documentos Sancta Dei Ciuitas, ffonzani generis, De Collegiis Cf.ericorwn y Orientalium e/ignitas. Intensificaron todavía más la corriente misional Benedicto XV en la inmortal Encíclica Maxinmm illud y Pío XI en R_crnm Ecdcsfae. las cuales señalan con maestría admirable las rutas y trayectorias del apostolado católico en la actualidad. La voz autorizada de los Pontífices, la magna Exposición l\!Iisional Vati– cana, las muchas obras misionales que se han realizado en los últimos lustros, el movimiento misional cosmopolita han repercutido también en nuestra Pa– tria: nación de arraigada fe, de inquebrantable adhesión a la Santa Sede. cuna de numerosos e insignes misionero3, descubridora de nuevos mundos para Dios, la Iglesia y la civilización. Esta magna Exposición que presenciamos. el Congreso Misional y la Se– mana de l'vlisionología que •estamos celebrando en esta culta y católica ciudad condal. el incremento de todas las Obras misionales pontificias, las nuevas asociaciones misioneras, son pruebas evidentes del entusiasmo que reina por la causa de las mision'es. En las Ordenes y Congregaciones religiosas de ambos sexos y en el clero secular se han suscitado numerosas vocaciones misioneras, se van reclutando cada vez más soldados voluntarios, para aum'entar las levas y engrosar las filas <le! ejército misionero, que se dirige al campo enemigo, tomando nuevas ;1osiciones. avanzando. conquistando más vasallos pnra nuestro Rey y Capi– tá:i. Jesucristo. Pero no basta el entusiasmo febril y momentán'eo ni el amor generoso de nobles ideales arrebolados por la luz de mágicos ensueños; es necesario diri– gir y encauzar bien la corriente; dar una forma p'ermanente y definida a ese movimiento, a esa pleamar misionera; instruir y educar al misionero en los conocimientos sólidos y profundos de las diversas partes de la ciencia mi– sional. El frío mármol arrancado de la cantera es un bloque precioso para for– mar un hermoso Moisés que nos llame la atención por su viva expres1on; pero es necesario el genio de Miguel Angel que sepa cinc'elar en él la idea preconcebida; existen primorosos pinceles, terso y fino lienzo, mat'erias colo– rantes de excelentes cualidades; pero necesitan adaptarse, combinars'e y unirse

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